A algunas personas, desde
temprana edad, se nos inculcó la premisa de que una idea, por ser parte de
nuestra manera de ver las cosas, debía ser respetada y si fuese necesario,
defendida. Las ideas o concepciones en relación con lo que tenemos por cierto
forman parte de nuestro centro íntimo y adquieren un carácter de valor. La
defensa de los valores en los cuales creemos, por su parte, nos da integridad como
personas y representan la brújula que nos indica el norte. De ahí que para mí
fue una situación excepcional lo que me pasó con un colega que tendía a ver el
mundo desde la acera del frente de donde lo veía yo. Para efectos de este texto,
mi colega se llamará Raúl.
Un día, luego de un episodio muy
puntual que generó cierta fricción entre Raúl y yo, nos planteamos la posibilidad
de hacer un debate público una vez al mes, con el propósito de contraponer las
cosas en las cuales creíamos y si fuese el caso, poder a través de la
participación de los presentes, enmendar aquello que creíamos cierto y tal vez
no lo fuese. La idea, en un contexto de crispación social y al ser exhibida
ante otras personas, inicialmente podía parecer temeraria.
El asunto es que, lejos de
generarse un clima de tensión o una atmósfera que pudiese percibirse como de
malestar, en cada uno de esos debates, no sólo nuestras ideas adquirían un
cuerpo más robusto, sino que el respeto entre ambos fue creciendo de manera
progresiva. Llegué a admirar a mi colega, quien tenía la valentía de exponer su
pensar (a mi juicio errado), al punto que nos fuimos haciendo amigos, a pesar
de construir dos discursos, muchas veces antagónicos. No tardó tanto tiempo
para que, en esas discusiones públicas, en el ámbito académico universitario, empezasen
a aparecer tantos puntos de encuentro, que lejos de asumir que el otro
representaba lo contrario, comenzamos a ver nuestros puntos de vista sumatorios
e incluso complementarios en muchos aspectos. Después de cada debate, Raúl y yo
nos tomábamos un café frente a nuestros estudiantes y luego nos íbamos de la
facultad. Cada uno para su mundo, tratando de seguir su vida en los términos
más proactivos y pragmáticos posibles. Ambos éramos resolutivos en muchos
aspectos.
Tal vez esa experiencia no la
pueda repetir. Lo que sí puedo señalar es que la universidad, en su sentido más
elevado, nos permitió discutir con un respeto y una altura que conforme va
pasando el tiempo la veo con nostalgia. No sé a cuál lugar migró mi colega ni
lo que ha sido de él, pero sospecho que va a leer estas líneas y también
sospecho que al igual que me ocurre a mí, va a evocar ese tiempo con afectuosidad
y gratitud. Los asuntos de la vida no consisten en tener e imponer lo que nos
parezca razonable, sino, muy por el contrario, tener la capacidad para ponernos
en lugar del otro, entender su punto de vista e independientemente de no
compartirlo, o compartirlo parcialmente, disfrutar con que haya personas
criteriosas e inteligentes que ven al potencial adversario como un aliado,
cuando no un compañero del transitar por la vida.
No soporto a los que tienen la
tendencia a señalar con el dedo a los caídos. Me parece que lo humano,
independientemente de la manera como se asome, tiene una lectura, un análisis y
un metaanálisis que nos genera serenidad y amor por el prójimo, por más
distinto que sea. Yo tenía la ventaja sobre Raúl en el sentido de que mis ideas
se iban acercando más a la realidad de lo que nos rodeaba y él, tratando de
forzar y justificar la realidad, se fue ganando detractores y personas que le
quisieron dañar su reputación. El hombre público será criticado públicamente y
no faltará quien convertirá esa crítica en un feroz ataque que incluso falsee
la realidad. Eso le pasó a Raúl.
Moralina es moralidad inoportuna, superficial
y falsa. En una ocasión, ese colega, que se
enfrentaba frente a un público conmigo, fue juzgado de manera muy cruel por las
cosas en las cuales creía. Los ataques de los que se sienten impolutos suelen
llevar la dureza de quienes en realidad esconden su suciedad. Las cosas hicieron
que un día, poco antes de mi viaje a tierras remotas, me viese en la situación
de defender a mi colega. Tenía razón al pensar en su buen proceder y una
enfermedad le consumía el alma. Le tendí la mano y lo que comenzó como una
especie de contraposición de visiones sobre la existencia se convirtió en camaradería
y en una expresión de materializar la ética que solo existe entre personas que
se respetan profundamente. Solo somos seres humanos transitando este espacio
vital contra reloj. Si somos habilidosos y nos acompaña el ingenio, podemos dar
un carácter elevado a cuanto experimentamos. Eso creía cuando debatía con mi
compañero de trabajo. Eso sigo creyendo en la actualidad. De moralinas y otras
calamidades está empedrado el camino de la vida. Pero nada, nada, superará a
quien se conduce de manera auténtica, practicando a diario los valores en los
cuales cree y respetando la vida, que es el gran milagro con el que nos
despertamos cada día.
Santiago, 14 de enero de 2024.
Publicado en varios medios de comunicación a partir del 18 de enero de 2024.