Francis
Bacon publica el Novum organum en 1620 y señala que: “Hay cuatro clases
de ídolos que asedian la mente del hombre. A éstos, por razón de claridad, les
he asignado cuatro nombres: Ídolos de la Tribu, Ídolos de la Cueva, Ídolos del
Mercado e Ídolos del Teatro.” En su tesis, el hombre que intenta comprender un
fenómeno determinado está condicionado por estos “ídolos” que alteran la percepción
y el análisis de lo que se desea estudiar. De esta tesis hace ya 403 años y se siguen
incurriendo en los mismos errores que llevan a su vez a resultados fallidos una
y otra vez.
El
ejemplo de falta de objetividad en relación con los fenómenos que se desean
estudiar tiene su más aparatosa expresión en las mal llamadas “ciencias
sociales”. Dentro de las ciencias sociales, tal vez sea el análisis político (y
la politología) el terreno que más elementos puede aportar con relación a la manera
como se conducen los grandes conglomerados humanos. Sin embargo, como lo señaló
Francis Bacon hace más de cuatrocientos años, el juicio queda alterado y a lo
sumo, con dificultades, quienes intentan analizar estos fenómenos terminan
tomando partido, lo cual lleva a que las cosas se dicotomicen y se terminen convirtiendo
en negro o blanco. No tendría nada de especial en una persona que no se dedique
al estudio de esas cosas, salvo porque el resultado queda minimizado a lo
propagandístico y aquello que era potencialmente útil termina por ser
panfletario.
He
escrito sobre el pensamiento tarifado que, si lo vemos con frialdad, se ajusta
a su fin y existen y seguirán existiendo intelectuales que hacen del tráfico de
las ideas un asunto que le permite pagar sus gastos domésticos. De eso tenemos
amplio reporte de carácter historiográfico y el pensador tarifado o “el intelectual
tarifado” siempre ha cundido como la maleza. No hay nada de especial en eso. Lo
que a mi juicio se vuelve lastimoso es que, por presión del grupo, como señaló
Bacon o por necesidad de ser aceptado y aplaudido, se deja a un lado la posibilidad
de desarrollar talentos potenciales que simplemente mueren en el intento de
plantear cuestiones que bien podrían ser útiles para la mayoría de las
personas. De ese intelectual tarifado, que hace uso de cualquier medio de
comunicación para expresar las ideas, tenemos al escritor tarifado que sigue
siendo una especie que no se extingue con el paso del tiempo y su capacidad de
mimetizarse es infinita.
Por el
contrario, la expresión objetiva y sosegada, se aprecia enormemente.
Probablemente sea imposible hacer un análisis objetivo con relación a asuntos
como el tema político. La razón está en que lo político, por tratarse de una
dinámica que determina nuestras vidas y moviliza elementos como las creencias y
expectativas, apunta directamente a aquello que le adjudicamos un carácter valorativo.
En ese análisis expresamos nuestros propios valores y es obvio que la moderación
es difícil de alcanzar.
Por
otra parte, cuando se intenta hacer una construcción intelectual en el campo de
las “ciencias sociales”, potencialmente podemos conectar con nuestro lado más
oscuro y la envidia, el resentimiento, los odios solapados y los prejuicios de
rigor harán su aparición. De manera casi refleja se movilizarán nuestros más
atávicos y hasta rancios mecanismos de defensa y aquello que queremos dar por
cierto lo termina siendo porque queremos que así sea y no porque así es.
Asuntos
como la interpretación de la historia, el análisis de los personajes que hacen
historia y el posicionamiento con relación a una situación violenta, como la
guerra, estarán más que tergiversados por nuestros deseos. Algunos de los mismos
serán expresados con sencillez porque esconden motivaciones inconfesables. La
subjetividad y la necesidad de que las cosas se ajusten a nuestras creencias es
algo frecuente que abre la puerta a la curiosidad de analizar a quien hace el
respectivo análisis y descubrir cuáles son sus motivaciones personales que le
inducen a tomar tal o cual posición en relación con las cosas propias de la
vida cotidiana.
Otro
tema interesantísimo es cuando nos damos cuenta de que se intenta ocultar un
deseo en el contexto de una interpretación determinada. Eso es reflejo de la
naturaleza de quien funge de “analista” que termina por desnudarlo y disminuir
su capacidad de ser creíble. Ganarse la credibilidad de un conglomerado y ser
congruente en el curso del tiempo con lo que se preconiza es de los asuntos más
desafiantes del hombre de pensamiento genuino. Mucho más interesante cuando
reconoce su error o simplemente acepta que no es capaz de entender un
determinado fenómeno social.
La
opinión de por sí no tiene nada de criticable. La ausencia de objetividad, en
el contexto de un análisis metódico, es insulsa y no merece nuestra atención.
El tiempo se encargará a fin de cuentas de poner cada cosa en su lugar, como
por ejemplo que el pensamiento de Francis Bacon siga teniendo vigencia en nuestro
tiempo.
Santiago, 26
de mayo de 2024.
Publicado
en varios medios de comunicación a partir del 26 de mayo de 2024.