Parto temprano
vía La Serena y me llama la atención lo desolado del paisaje. Una cosa es leer
o ver por medios audiovisuales un lugar y otra es recorrerlo, respirar su aire,
ver directamente sus parajes y socializar con las personas del sitio,
particularmente sus nativos. Hago una parada de varios días en El Valle de
Elqui y a la par de disfrutar el lugar, comiendo buen cordero y vino blanco, visito
algunos sitios que se relacionan con la poetisa chilena, ganadora del premio Nobel
de literatura en 1945. Conozco la obra de Gabriela Mistral, tanto la prosa como
sus cuatro libros de poesía: Desolación, Ternura, Tala y Lagar. La
Europa con secuelas de la Segunda Guerra Mundial miró hacia el Nuevo Mundo y
encontró sosiego en la obra bucólica, religiosa, serena y trágica de Mistral. Contemplo
las estrellas, camino por Pisco Elqui, visito el mausoleo y el descuidado museo-escuela
y me termino por crear una imagen completa de una artista cuya obra es
desconocida por muchos de sus compatriotas. Es lo normal. En lo personal, me
gusta su trabajo, me parece de una delicadeza que merece la atención de los
lectores agudos y es un referente de la trascendencia de lo que hacemos los latinoamericanos.
La capacidad de disfrutar cosas tan disímiles tiende a enriquecer nuestra
visión del mundo.
El Toyota
tiene pocos kilómetros de uso, por lo que el viaje se vuelve una mezcla entre
disfrute por conducir un buen vehículo en carreteras inmaculadas y la posibilidad
de adentrarse en lugares inimaginables que no se comparan con espacio alguno. Jamás
pensé que el desierto de Atacama fuese tan grande. Ocupa medio país
suramericano y los niveles de aridez van desde la sequedad generalizada hasta
la sequía absoluta. Nunca había visto ni estado en un lugar tan inhóspito. La carretera
se me hace larga y me veo en la necesidad de quedarme en un hotel cualquiera.
Me recibe un hombre de contextura gruesa, casi obeso, locuacidad insoportable y
ojos de rata. Me explica su simpatía por los venezolanos, quien según señala,
les hace el favor de darles trabajo y me recuerdo de la novela El negrero,
de Lino Novás Calvo. Hay estafadores que parecieran tener un letrero de
advertencia en su frente. Pero de eso ya estoy curado de espanto. La bondad y
la maldad tienden a emparejarse y cuando me consigo con gente de esa calaña,
suelen aparecer personas que representan lo contrario. Continúo mi viaje luego
del imprescindible descanso y el desierto me lleva a niveles de aridez que
desconocía que pudiesen existir. Las minas van a la par de la carretera y cada
vez se me aclara la percepción de cómo el país pobre que era Chile se
transformó en un auténtico milagro económico, a donde muchos siguen migrando,
buscando un mejor porvenir. Son los ricos del vecindario.
Llego
a lo que llaman “el Caribe chileno” y me quedo una semana en Bahía Inglesa. Lo
de “Caribe” es broma de mal gusto que sólo pueden asomar los que nunca han ido
al Caribe. El desierto se continúa de un mar frío plagado de medusas que
parecieran una sopa de bichos flotantes. Sin embargo, es tanto el contraste
entre el desierto y el hosco Océano Pacífico que paso la Navidad en este
recóndito lugar del planeta. Como soy buen parrillero, me pertrecho con
prietas, pollo, lomo vetado, diez bolsas de carbón que suman veinticinco kilos
y lo paso liberado. De vino blanco, paso a tinto y me relajo para recibir una
buena Navidad y me preparo para un nuevo año en donde ya tengo prefiguradas las
metas personales que deseo alcanzar.
Desde
hace mucho tiempo, entiendo que carezco de la paradójica incapacidad para dejar
de leer. Tampoco puedo dejar de escribir, por lo que lejos de pensar que son
virtudes, los asumo como asuntos que hago porque me placen y entiendo que es
tan grato como valioso poder hacer aquellas cosas que nos gustan. El viaje es
también una de ellas. En ocasiones trato de estar la mayor cantidad de días
posibles en un sitio para conocerlo como si se tratase de un calcetín al cual
se le puede dar vuelta. El escenario es tan fascinante como sus entretelones.
La vida, a fin de cuentas, también es así. En eso de dar vuelta a las cosas y
ver su lado claro a la par de su oscuridad, vamos elaborando la telaraña del conocimiento
que armamos de las cosas. También de nuestro autoconocimiento, porque para
muchos, tal implica cual.
La
manía de despertarme temprano me vence, por lo que paseo por las cercanías y la
contemplación va haciendo de las suyas. Hay lugares en la tierra en donde hay
que ir por lo menos una vez, pero que no invitan a volver. De Chile sigo
encantado con la ciudad de Santiago y los beneficios de su prosperidad. Tal vez
estos lugares van moldeando también a las personas que venimos de otras partes
y la dureza del entorno se va apoderando de nosotros. Eso pienso. Enciendo mi
Toyota y parto para continuar mis recorridos. Todavía no sé cuál será mi
próximo destino.
Bahía Inglesa, 24 de diciembre de 2023.
Publicado en varios medios de comunicación a partir del 24 de diciembre de 2023.