La
ansiedad es la sal de la vida. Sería un auténtico despropósito pretender que
podemos vivir sin las ansiedades que nos acompañan. Cuando están en su punto
medio, nos permiten visualizar metas en función del tiempo y trazar los
propósitos que harán que se vaya construyendo nuestro futuro. Sin una ansiedad
justa y necesaria estaríamos permanentemente paralizados, sin brújula que nos
oriente y organice. Por eso, lejos de verla como enemiga, es una aliada que
debemos tratar de comprender y abrazar.
Malas
ansiedades también las hay y nos pueden llevar por los dos despeñaderos
clásicos que tienden a generar: 1. Paralizarnos ante lo que se nos presenta. 2.
Exaltarnos a tal punto que dejamos de pensar claramente por el miedo. Cuando la
ansiedad nos paraliza, no podemos organizar nuestras vidas, las ideas no fluyen
o nos entrampamos con una especie de tormenta de ideas y sentimos que no
podemos avanzar. Cuando la ansiedad nos exalta, el miedo se va apoderando de
nosotros, no vemos las cosas con claridad o sencillamente no las vemos y lo
cotidiano puede parecernos amenazante. De ese calibre es el asunto. Por eso,
lejos de espantarnos, es posible entender que a veces, nos va a jugar una mala
pasada y precisamente porque somos seres humanos, es que podemos tratar de
hacer el viaje mínimo a nuestro mundo interior y tratar de deshilachar las
cosas propias de lo ansioso.
El
desarrollo del carácter y la templanza no son ajenos a las interrupciones que
pueden hacernos nuestras propias debilidades. Precisamente lo meritorio de
desarrollar carácter y temple es que nos sobreponemos a nuestros temores sin
que estos nos abandonen.
Es
prudente tomarse un tiempo para tratar de entender estas cuestiones y poder
ponerlas en su lugar. Cuando enfrentamos un asunto que nos genera tiranteces,
lejos de pensar que somos débiles porque nos tensionamos, el foco debe
centrarse en ver lo fuertes que podemos ser. La fortaleza se comprueba cada vez
que llegamos a una meta, por aparentemente pequeña que sea. En cuestión de
logros, no hay ganancias pequeñas.
Cuando
existe un propósito, la persona, en general, tiende a estar sobre exigida.
Tanto por el entorno como por sí misma. La necesidad de cumplir con las metas
mínimas para poder vivir hace que seamos hiper exigentes con las cosas que nos
trazamos u otros nos trazan como metas. El arte va de la mano con tener la
claridad de miras para entender que cada esfuerzo que hacemos es muy meritorio
y somos los grandes héroes de nuestras historias cotidianas. En cada pequeño
espacio en el que nos desarrollamos podemos ver que nuestro potencial es grande,
pero con frecuencia ni siquiera lo vemos por estar ensimismados en nuestros
propios temores, muchos de los cuales son infundados.
Hay un
sentido de realidad mínimo que evita la locura y el tropiezo repetido. Cuando
lo encontramos, la ansiedad tiende a minimizarse porque baja esa propensión de
muchos a exigirse más allá de sus capacidades. Un buen baño de realismo diario es
conveniente para quien aspira a tener una vida medianamente equilibrada. Por
más que lo intentemos, no podemos vencer a una tormenta.
Por
otro lado, y desafiando al sentido de realidad práctico, somos personas con
aspiraciones vitales en la medida que soñamos. Los sueños nos elevan porque a
través de ellos construimos realidades posibles o imposibles pero lo más
importante de todo es que cuando soñamos nos trazamos una ruta de metas por
conseguir. Empobreceríamos nuestra vida si le cerramos la puerta a los sueños. La
tensión que generamos en nuestra esencia cuando nos movemos hacia adelante, es
un triunfo personal que en ocasiones no vemos. El auto reconocimiento de lo que
alcanzamos es un acto imprescindible para continuar avanzando. A falta de
aplausos de los demás, merecemos aplaudirnos a nosotros mismo.
Entre
ansiedades podemos sucumbir y la consecuencia es que nuestros sueños queden
maltrechos. Un poco de sentido común, a través del cual seamos capaces de
entender que nuestros propios límites son necesarios y que apostar en grande
también es necesario. Hay que adecuar las cargas para que no nos vayamos de
lado. El ajuste de los pesos es una manera de entender que existe el buen
vivir.
Cuatro
puntos cardinales limitan y a la vez expanden todas las posibilidades del ser.
La puerta de entrada a la casa es la salida al mundo. El mundo, que tiende a
invitar a la aventura, nos está esperando para que, con pasos cautelosos y
paradójicamente atrevidos, lo podamos descubrir. El viaje humano es un tránsito
a través de cosas a las cuales hay que adjudicarle sentido. Es una construcción
de cada día que requiere tenacidad. Salidas y puestas de sol nos acompañan cada
día si somos lo suficientemente avispados para tener los ojos abiertos. En
general, ser consecuente permite que lleguemos a ese lugar que deseamos.
Santiago, 16
de junio de 2024.
Publicado
en varios medios de comunicación a partir del 16 de junio de 2024.