Somos producto
de todos los elementos que nos influencian para crear nuestro ser. De estas
influencias parte la idea de identidad, que es lo que nos permite mostrarnos
desde nuestras particularidades. Las influencias tienen dimensiones éticas,
estéticas y propensas a trascender. Estas tres maneras de entender aquello que
influye en nuestras vidas pueden explicar el origen y fin último de lo que
hacemos como sujetos y como colectivos.
Aspectos
buenos y malos
Lo
bueno y lo malo, asumido como valor, alcanza un nivel ético. De ahí que, en un
inicio, somos capaces de adjudicar un carácter deseable sobre aquello que
tenemos en mente como bueno. Si cultivamos algo y especulamos que es bueno,
entonces esta creencia va a definir los asuntos propios de lo que pensamos y
hacemos. No hay diferencia entre un juicio que creemos bueno y un prejuicio.
Sólo son maneras de categorizar aquello en lo cual creemos y es un intento de
darle sustento a lo que hacemos. En la medida que vayamos definiendo las cosas
por su carácter valorativo, iremos construyendo la realidad básica de la cual
parten las demás.
Lo
estético como norte
Hay un
lado estético en toda manera de ver y entender los asuntos. Hay una estética
del pensamiento y como consecuencia, existe una estética de la conducta. En
todo esto apostamos sabiendo y sin darnos cuenta, porque es propio de lo real
que tenga un carácter estético como también ocurre en las representaciones más abstractas
que podamos crear. Hay una estética visual, perceptiva, de mostrarnos y por
supuesto, de ocultarnos. La estética es una condición necesaria porque de ella
parte la imagen de todo lo que hacemos, pensamos o creamos. Esa estética es una
de las cualidades más humanas de cuanto hacemos, porque lejos de tratar de
armonizar con lo circundante, lo estético también se manifiesta en claras
rupturas con el entorno. De toda ética parte una estética.
El
sentido de trascendencia
Todo
lo humano, en particular si tiene arraigo ético y estético en cosas
particulares, potencialmente puede trascender. La trascendencia de aquello que
nos identifica es siempre un asunto que parte de un punto inicial y eso lo
convierte en algo “local”. De esa tendencia al localismo parte la posibilidad
de que algo que tengamos en mente se pueda universalizar. De hecho, cuando vemos
las cosas más trascendentes de lo humano, parten precisamente de asuntos
provincianos.
¿Por
qué se universaliza lo particular?
Sólo
se puede universalizar lo particular, local o provinciano, porque tiende a
tocar la esencia de los asuntos que nos unen a todos los seres humanos. Es una
paradoja perfecta, pero sólo se trasciende en la medida que se exalten los
elementos que constituyen la dimensión ética y estética de lo que forma parte
de nuestras vidas. Sin localismo, no puede haber trascendencia, porque la
trascendencia es precisamente la universalización de lo particular. En la
medida que esa paradoja pueda ocurrir, nuestra capacidad de comunicarnos
aumenta.
Buenas
influencias
Buenas
y malas influencias tenemos todos. En cada proceso de germinación de las cosas
particulares, existe un montón de elementos que van a influir para que algo se
vuelva trascendente. Ocurre una influencia propia que generan los resultados de
aquello que vamos experimentando. La influencia de nuestros pares es
fundamental porque calcamos sabiendo y sin saber, muchas de las cosas que nos identifican.
Existe la influencia de nuestro entorno, con todo el peso que se requiere para
sobrellevar la socialización y sobre adaptarnos a las circunstancias. Hay
influencias propias de la época, las cuales determinan que mucho de cuanto
pensamos y hacemos sea más por presión que por convicción. Las influencias propias
del tiempo en el cual se vive tienden a nublar la claridad de pensar. Las influencias históricas, vengan del pasado
o de lo que se ha generado en el presente, marcan nuestro rumbo. También están
las influencias propias de nuestra imaginación, que en muchas ocasiones son tan
determinantes que pareciera que vamos por la vida como si soñásemos despiertos.
Cada
una de estas instancias nos modifica y va condicionando lo que vamos siendo.
Estamos en un permanente proceso de transformación que puede llevarnos a los
senderos más insospechados, porque es muy difícil saber en qué momento y por
cuál circunstancia habremos de cambiar el rumbo de lo que vamos construyendo
día a día.
Los seres humanos tenemos influencias que van, desde cosas puntuales como lo que tenemos como creencias y lo que nos imponen desde otros ámbitos como los caprichos temporales que constituyen la moda. Lo más pesado de todo este ejercicio, a mi entender, es que se trata siempre de la práctica de ensayos y errores repetidos hasta el infinito. Es asunto de ir probando y ver cómo resultan las cosas. Lo considero un gran peso, porque tener que dar vueltas y remediar nuestras experiencias fallidas pareciera ser algo esencialmente humano, por consiguiente, siempre va a ser de esta manera.
Santiago, 30
de junio de 2024.
Publicado
en varios medios de comunicación a partir del 30 de junio de 2024.