domingo, 21 de enero de 2024

El niño, la garza y el cine total

 


Salí del cine y di las gracias a Hayao Miyasaki por haber logrado la excepcional película El niño y la garza, la cual, a mi juicio, viene a constituir el selecto grupo de filmes que se le puede dar la calificación de arte en su sentido más absoluto, total e imperecedero.  El asombro vino por partida doble. En primer lugar, porque tenía un largo tiempo sin salir de una sala de cine comercial con la sensación de haber podido disfrutar de una pieza de arte. En segundo lugar, porque en la contemporaneidad, por un asunto propio de lo tumultuoso, el buen cine, como cualquier arte, va apareciendo muy ocasionalmente y a cuentagotas y poderlo apreciar en su más amplia dimensión es una excepción que se valora.

El niño y la garza es una historia, la cual, además de ser una buena historia, potencialmente también puede ser la manera de expresar asuntos de interés que van más allá del propio relato, tanto para quien cuenta la historia como para quien la escucha. En ocasiones, lo artístico es un asunto que parte como una propuesta clara y diáfana y en otras, para diversión intelectual, el arte puede ser una excusa para asomar las cosas más complejas, que planteadas de otra manera no tendrían el interés que una obra logra alcanzar cuando asume lo estético como estrategia para acercarse al otro. En eso, en jugar con la dimensión estética, sin dudas que Hayao Miyasaki tiene las cualidades de hacer literalmente cuanto le place. Es capaz de cubrir sin puntos suspensivos, el abanico absoluto de lo estético, desde la belleza impoluta hasta la fealdad y el horror descarnado. Todo en una pieza. En su filme hay imágenes de belleza inigualable a la par de personajes de una fealdad perfecta.

Más allá de lo estético viene lo ético. A la par y como parte de la trama, están presentes elementos como el bien y el mal y el equilibrio entre uno y otro; la trascendencia de lo humano y los polos del ciclo vital; el encuentro y desencuentro con aquello que representa el amor y el odio simultáneamente y las cuestiones propias de la historia humana como la muy básica política y todo lo que ella conlleva. Plantea incluso el asunto del autoritarismo y su impostergable llegada al punto final que no es otro sino la aniquilación de cualquier equilibrio pensable. En la película de Miyasaki lo ontológico hace piruetas al derecho y al revés.

La vida, la trascendencia y la amistad van de la mano de la magia y en el filme no hay forma de detener el paso del tiempo y mucho menos evadir el enfrentamiento con la muerte. Es tan relevante el planteamiento acerca del recorrido propio de lo efímero de la existencia que, en su obra, Miyasaki plantea la muerte y sus consecuencias desde el inicio del filme. El comienzo de la película es, de alguna manera, el final de esta.  

Pero va incluso más allá y en un insólito juego en relación con los planos temporales, personas de distintos tiempos se encuentran a la misma edad en otros sitios y el inframundo tiene puerta de entrada y de salida. Como si no fuese suficiente con convertir una propuesta estética en un asunto de inacabables interpretaciones filosóficas, lo simbólico está en cada secuencia, para beneplácito de quienes disfrutamos su obra. La historia no podía ser mejor, porque, partiendo de una tragedia, es difícil dejar de interesarse en la película, que lo va atrapando a uno en una especie de juego que combina elementos que seducen por lo estético y elementos que fascinan porque como trama, como historia, como cuento, es bueno.

Es por todo eso que me gustó la película, e incluso más, porque seguimos pensando en su propuesta luego de salir de la sala y con el paso de los días la película sigue dentro de nosotros, generando opciones y soluciones. Como si la obra continuase en movimiento luego de haberla disfrutado, porque seguimos elucubrando en torno a la misma y no hay reparo que nos impida dejar de pensar. Incluso, cuando nos damos cuenta de que la película también es un juego, ya que el autor se divierte cuando satiriza situaciones y personajes y plantea la desgracia humana con alegría y compasión.

Tuve la posibilidad, además, como si no fuese suficiente ver una película de elevada categoría, ir al cine acompañado de un par de personas inteligentes, que no dejaron oportunidad alguna para que siguiésemos hablando de la obra una y más veces, en una tertulia que en realidad es la continuación de la película más allá de la sala de cine, porque habiéndose abandonado la misma, la película sigue presente entre nosotros.

Doy gracias y celebro porque el cerebro es como un músculo, que necesita ser ejercitado y necesariamente se piensa cuando apreciamos una obra de Hayao Miyasaki. Valga para recordar que la inteligencia no está de moda y que esos espacios en donde todavía aparece deben recibir nuestra atención, admiración y respeto.

Para finalizar, como los grandes creadores, la película termina de manera certera y precisa. En quien pudo apreciarla, queda la necesidad de compartir lo vivido, como buena historia que es. De eso y más trata la última película de Miyasaki, hombre nacido en el año 1941 y que, a pesar de los tiempos, o gracias a los tiempos que corren, logra llenar salas de cine con una película animada. 

Santiago, 21 de enero de 2024.

Publicado en varios medios de comunicación a partir del 21 de enero de 2024.


domingo, 14 de enero de 2024

La ruta de las ideas

 


A algunas personas, desde temprana edad, se nos inculcó la premisa de que una idea, por ser parte de nuestra manera de ver las cosas, debía ser respetada y si fuese necesario, defendida. Las ideas o concepciones en relación con lo que tenemos por cierto forman parte de nuestro centro íntimo y adquieren un carácter de valor. La defensa de los valores en los cuales creemos, por su parte, nos da integridad como personas y representan la brújula que nos indica el norte. De ahí que para mí fue una situación excepcional lo que me pasó con un colega que tendía a ver el mundo desde la acera del frente de donde lo veía yo. Para efectos de este texto, mi colega se llamará Raúl.

Un día, luego de un episodio muy puntual que generó cierta fricción entre Raúl y yo, nos planteamos la posibilidad de hacer un debate público una vez al mes, con el propósito de contraponer las cosas en las cuales creíamos y si fuese el caso, poder a través de la participación de los presentes, enmendar aquello que creíamos cierto y tal vez no lo fuese. La idea, en un contexto de crispación social y al ser exhibida ante otras personas, inicialmente podía parecer temeraria.

El asunto es que, lejos de generarse un clima de tensión o una atmósfera que pudiese percibirse como de malestar, en cada uno de esos debates, no sólo nuestras ideas adquirían un cuerpo más robusto, sino que el respeto entre ambos fue creciendo de manera progresiva. Llegué a admirar a mi colega, quien tenía la valentía de exponer su pensar (a mi juicio errado), al punto que nos fuimos haciendo amigos, a pesar de construir dos discursos, muchas veces antagónicos. No tardó tanto tiempo para que, en esas discusiones públicas, en el ámbito académico universitario, empezasen a aparecer tantos puntos de encuentro, que lejos de asumir que el otro representaba lo contrario, comenzamos a ver nuestros puntos de vista sumatorios e incluso complementarios en muchos aspectos. Después de cada debate, Raúl y yo nos tomábamos un café frente a nuestros estudiantes y luego nos íbamos de la facultad. Cada uno para su mundo, tratando de seguir su vida en los términos más proactivos y pragmáticos posibles. Ambos éramos resolutivos en muchos aspectos.

Tal vez esa experiencia no la pueda repetir. Lo que sí puedo señalar es que la universidad, en su sentido más elevado, nos permitió discutir con un respeto y una altura que conforme va pasando el tiempo la veo con nostalgia. No sé a cuál lugar migró mi colega ni lo que ha sido de él, pero sospecho que va a leer estas líneas y también sospecho que al igual que me ocurre a mí, va a evocar ese tiempo con afectuosidad y gratitud. Los asuntos de la vida no consisten en tener e imponer lo que nos parezca razonable, sino, muy por el contrario, tener la capacidad para ponernos en lugar del otro, entender su punto de vista e independientemente de no compartirlo, o compartirlo parcialmente, disfrutar con que haya personas criteriosas e inteligentes que ven al potencial adversario como un aliado, cuando no un compañero del transitar por la vida.

No soporto a los que tienen la tendencia a señalar con el dedo a los caídos. Me parece que lo humano, independientemente de la manera como se asome, tiene una lectura, un análisis y un metaanálisis que nos genera serenidad y amor por el prójimo, por más distinto que sea. Yo tenía la ventaja sobre Raúl en el sentido de que mis ideas se iban acercando más a la realidad de lo que nos rodeaba y él, tratando de forzar y justificar la realidad, se fue ganando detractores y personas que le quisieron dañar su reputación. El hombre público será criticado públicamente y no faltará quien convertirá esa crítica en un feroz ataque que incluso falsee la realidad. Eso le pasó a Raúl.

Moralina es moralidad inoportuna, superficial y falsa. En una ocasión, ese colega, que se enfrentaba frente a un público conmigo, fue juzgado de manera muy cruel por las cosas en las cuales creía. Los ataques de los que se sienten impolutos suelen llevar la dureza de quienes en realidad esconden su suciedad. Las cosas hicieron que un día, poco antes de mi viaje a tierras remotas, me viese en la situación de defender a mi colega. Tenía razón al pensar en su buen proceder y una enfermedad le consumía el alma. Le tendí la mano y lo que comenzó como una especie de contraposición de visiones sobre la existencia se convirtió en camaradería y en una expresión de materializar la ética que solo existe entre personas que se respetan profundamente. Solo somos seres humanos transitando este espacio vital contra reloj. Si somos habilidosos y nos acompaña el ingenio, podemos dar un carácter elevado a cuanto experimentamos. Eso creía cuando debatía con mi compañero de trabajo. Eso sigo creyendo en la actualidad. De moralinas y otras calamidades está empedrado el camino de la vida. Pero nada, nada, superará a quien se conduce de manera auténtica, practicando a diario los valores en los cuales cree y respetando la vida, que es el gran milagro con el que nos despertamos cada día.

 

Santiago, 14 de enero de 2024.

Publicado en varios medios de comunicación a partir del 18 de enero de 2024.  

lunes, 8 de enero de 2024

El vecino terco

 


Creo que mi vecino es ingenuo, o es posible que se haga el tonto (…) puede ser. Explicaba el otro día que, si el edificio se incendia, él no correría peligro por cuanto vive en el piso más elevado y las llamas tardarían en alcanzarlo, lo cual les daría tiempo a los bomberos de sofocar cualquier amenaza. Afirma que las personas que le rodean le tienen sin cuidado y enfatiza en que sus guerras personales e intereses no son compartidos. Eso dice.

Probablemente mi vecino es solo una persona incapaz de relacionar ideas y en su pensamiento concreto no puede entender que, si el edificio se quema, precisamente va a ser él, viviendo en lo más alto, quien probablemente más se va a afectar, pero él pareciera no entenderlo y en lo particular no me interesa convencerlo de que la posibilidad de terminar achicharrado está presente, independientemente de su desinterés por el tema.

Tiene ideas que se pueden resaltar, como que no le interesa participar en asuntos de la comunidad, que su isla de individualismo debe ser respetada y otras posturas que, si bien puede uno no compartir, sin duda tendrá nuestro respeto en el sentido de que, si no estorba a los demás, puede quedarse con su manera de pensar. Así como mi vecino señala que lo de él es vivir en una isla, no puedo dejar de extrapolar su manera de cavilar a tanta gente aparentemente juiciosa que conozco que piensa de manera similar a mi vecino.

“¿Qué me importa que en otros países no se respete la libertad de las personas si no vivo en esos países? ¿Qué me importa que se mueran las especies en peligro de extinción si igual yo me voy a morir y no lo voy a ver? ¿Qué importancia puede tener para mí que haya guerras en el mundo si mi país está en paz?” Ese tipo de cosas dice mi vecino si uno se lo encuentra en el ascensor o estacionando su auto al lado del mío por las tardes. Yo simplemente le doy los buenos días y las buenas tardes y trato de no polemizar con mi vecino. Bueno, eso trato.

Pero de tanto escuchar sus babosadas, no pude sino sentir una gran compasión por su ignorancia, que a mi parecer lo salva de otro tipo de potenciales penurias. Para decirlo de otra manera, mi vecino cree que vive en una burbuja de la cual se puede mantener aislado de cuanto le rodea, lo cual es falso y bien merece unas líneas.

Estamos totalmente interconectados entre quienes vivimos en el planeta tierra y desconocerlo es un atrevimiento propio de gente sosa. Si el equilibrio del cual formamos parte, en una infinita red de interconexiones se altera, nuestra vida también se altera. Basta con que la balanza de las moderaciones propias de las interacciones humanas se modifique un poco para que nuestras vidas cambien. Lo vemos en los desastres naturales, en los grandes desplazamientos de masas humanas, en los desajustes económicos de un lugar, que terminan por alterarlo todo y un sinfín de ejemplos que nos permiten entender de manera más o menos clara que somos parte de un sistema y que al modificar cualquier elemento de ese conjunto, los propios elementos que integran el sistema van a cambiar. Pero mi vecino no ve eso con claridad y se refugia en un falso individualismo, que lo distancia de la realidad cotidiana, en donde las cosas que van modificando una parte del gran pastel de la existencia terminan por modificar la torta completa.

Tal vez mi vecino no sea una mala persona, solo pienso que trata de defenderse como puede para no asustarse de la inmensidad de cuanto nos rodea y apuesta por la comodidad de una ignorancia que le da sosiego y le evita malos ratos.

Pensar puede ser doloroso para muchas personas. Otros, por el contrario, sentimos que cuando pensamos y logramos tener una percepción más general de los asuntos, las cosas se nos aclaran y se nos facilita el proceso de seguir el mejor de los caminos posibles. Pero qué le vamos a hacer cuando es una máxima que a fin de cuentas cada loco va de la mano con su tema precisamente porque está loco. El potencial abrazo a lo juicioso, para bien o para mal, termina por expandir las fronteras de aquello que podemos percibir y sin darnos cuenta, vamos creando una conciencia personal en relación con los asuntos que vamos percibiendo. La posibilidad de ver más allá de nuestras narices y hacer un metaanálisis en relación con la percepción de lo aparente es el gran desafío de lo humano y quizá la gran diferencia entre ser sensible y no serlo ante lo que nos circunda. No creo que una venda en los ojos sirva para llevar una vida más feliz. Por el contrario, siempre he pensado que la ignorancia es una manifestación de lo peor de las cosas malas que tenemos los seres humanos. Es de las peores cosas, porque al ser ignorantes, nos volvemos insensibles frente al sufrimiento y el dolor y ese mecanicismo extremo es una manera de ser vacío e infeliz. Bueno, eso creo. De todas maneras, y pensando que comienza el año, solo de manera preventiva, me compré un nuevo par de extintores de incendios. Es bueno prevenir y, en conclusión, uno nunca termina de conocer a los vecinos.

Santiago, 08 de enero de 2024.

Publicado en varios medios de comunicación a partir del 08 de enero de 2024.  

sábado, 30 de diciembre de 2023

Apenas doce razones para tomar vino

Cuando el tío Luigi llegó a El Tocuyo, lo primero que se planteó fue cómo sembrar un viñedo para producir uno de los primeros vinos de su generación en nuestras tierras. Proveniente del sur de Italia, no podía concebir la vida sin vino.

De sus primeros años de esfuerzo, logró comprarse unas tierras y plantar su propia vid. A todos los primos nos daban vino para ir la escuela desde que teníamos tres años de edad. Así lográbamos sobresalir en los estudios y permanecer animosos durante las mañanas.

Al más puro y tradicional estilo griego, durante toda mi infancia y en compañía de mis familiares, participé semidesnudo y a pie descalzo en la producción del vino. Creo que algo de experiencia tengo en materia de vinos. Esa tradición ha permanecido en nuestras costumbres y solemos tomar vino y disfrutarlo a su máxima plenitud.

Hace pocos días, una destacada periodista me hizo una entrevista para que le hablara sobre el vino. Un tema que no sólo me apasiona, sino que me embriaga de emoción. Me parece que existe al menos una docena de razones para tomar vino entre las cuales cabe destacar:

1). Es un alimento.

2). Da placer gastronómico.

3). Es calórico y protege de enfermedades.

4). Plantea un sentido estético en relación con la manera de alimentarse y vincularse.

5). Aumenta la hilaridad del discurso en las comidas. Se aprende cuando se come.

6). Símbolo de poder.

7). La vid. Trabajo del hombre. El viñedo es una forma de corroborar el derecho a la propiedad privada.

8). Permite una mayor socialización.

9). El viñedo es símbolo de buen trabajo. Materializa la idea de calidad.

10). Es castigo divino, por ser producto del trabajo. Paradójicamente es placentero. Genera goce.

11). Mejora el acto amatorio y facilita la seducción. Es afrodisíaco”.

12). Induce la competitividad, dado que el mejor vino es el propio… fatto in casa.

 

En fin, un conjunto de razones para convertirse en un placer como pocos. Recordando siempre que “LOS PLACERES COMPARTIDOS SON DOBLEMENTE PLACENTEROS”.

 

Publicado en varios medios de comunicación a partir del 30 de diciembre de 2023. 

domingo, 24 de diciembre de 2023

Navidad en el desierto extremo

 


Parto temprano vía La Serena y me llama la atención lo desolado del paisaje. Una cosa es leer o ver por medios audiovisuales un lugar y otra es recorrerlo, respirar su aire, ver directamente sus parajes y socializar con las personas del sitio, particularmente sus nativos. Hago una parada de varios días en El Valle de Elqui y a la par de disfrutar el lugar, comiendo buen cordero y vino blanco, visito algunos sitios que se relacionan con la poetisa chilena, ganadora del premio Nobel de literatura en 1945. Conozco la obra de Gabriela Mistral, tanto la prosa como sus cuatro libros de poesía: Desolación, Ternura, Tala y Lagar. La Europa con secuelas de la Segunda Guerra Mundial miró hacia el Nuevo Mundo y encontró sosiego en la obra bucólica, religiosa, serena y trágica de Mistral. Contemplo las estrellas, camino por Pisco Elqui, visito el mausoleo y el descuidado museo-escuela y me termino por crear una imagen completa de una artista cuya obra es desconocida por muchos de sus compatriotas. Es lo normal. En lo personal, me gusta su trabajo, me parece de una delicadeza que merece la atención de los lectores agudos y es un referente de la trascendencia de lo que hacemos los latinoamericanos. La capacidad de disfrutar cosas tan disímiles tiende a enriquecer nuestra visión del mundo.  

El Toyota tiene pocos kilómetros de uso, por lo que el viaje se vuelve una mezcla entre disfrute por conducir un buen vehículo en carreteras inmaculadas y la posibilidad de adentrarse en lugares inimaginables que no se comparan con espacio alguno. Jamás pensé que el desierto de Atacama fuese tan grande. Ocupa medio país suramericano y los niveles de aridez van desde la sequedad generalizada hasta la sequía absoluta. Nunca había visto ni estado en un lugar tan inhóspito. La carretera se me hace larga y me veo en la necesidad de quedarme en un hotel cualquiera. Me recibe un hombre de contextura gruesa, casi obeso, locuacidad insoportable y ojos de rata. Me explica su simpatía por los venezolanos, quien según señala, les hace el favor de darles trabajo y me recuerdo de la novela El negrero, de Lino Novás Calvo. Hay estafadores que parecieran tener un letrero de advertencia en su frente. Pero de eso ya estoy curado de espanto. La bondad y la maldad tienden a emparejarse y cuando me consigo con gente de esa calaña, suelen aparecer personas que representan lo contrario. Continúo mi viaje luego del imprescindible descanso y el desierto me lleva a niveles de aridez que desconocía que pudiesen existir. Las minas van a la par de la carretera y cada vez se me aclara la percepción de cómo el país pobre que era Chile se transformó en un auténtico milagro económico, a donde muchos siguen migrando, buscando un mejor porvenir. Son los ricos del vecindario.

Llego a lo que llaman “el Caribe chileno” y me quedo una semana en Bahía Inglesa. Lo de “Caribe” es broma de mal gusto que sólo pueden asomar los que nunca han ido al Caribe. El desierto se continúa de un mar frío plagado de medusas que parecieran una sopa de bichos flotantes. Sin embargo, es tanto el contraste entre el desierto y el hosco Océano Pacífico que paso la Navidad en este recóndito lugar del planeta. Como soy buen parrillero, me pertrecho con prietas, pollo, lomo vetado, diez bolsas de carbón que suman veinticinco kilos y lo paso liberado. De vino blanco, paso a tinto y me relajo para recibir una buena Navidad y me preparo para un nuevo año en donde ya tengo prefiguradas las metas personales que deseo alcanzar.

Desde hace mucho tiempo, entiendo que carezco de la paradójica incapacidad para dejar de leer. Tampoco puedo dejar de escribir, por lo que lejos de pensar que son virtudes, los asumo como asuntos que hago porque me placen y entiendo que es tan grato como valioso poder hacer aquellas cosas que nos gustan. El viaje es también una de ellas. En ocasiones trato de estar la mayor cantidad de días posibles en un sitio para conocerlo como si se tratase de un calcetín al cual se le puede dar vuelta. El escenario es tan fascinante como sus entretelones. La vida, a fin de cuentas, también es así. En eso de dar vuelta a las cosas y ver su lado claro a la par de su oscuridad, vamos elaborando la telaraña del conocimiento que armamos de las cosas. También de nuestro autoconocimiento, porque para muchos, tal implica cual.

La manía de despertarme temprano me vence, por lo que paseo por las cercanías y la contemplación va haciendo de las suyas. Hay lugares en la tierra en donde hay que ir por lo menos una vez, pero que no invitan a volver. De Chile sigo encantado con la ciudad de Santiago y los beneficios de su prosperidad. Tal vez estos lugares van moldeando también a las personas que venimos de otras partes y la dureza del entorno se va apoderando de nosotros. Eso pienso. Enciendo mi Toyota y parto para continuar mis recorridos. Todavía no sé cuál será mi próximo destino.

 

Bahía Inglesa, 24 de diciembre de 2023.

Publicado en varios medios de comunicación a partir del 24 de diciembre de 2023.  

lunes, 18 de diciembre de 2023

El gusano con dos cabezas

 


Salgo a mediodía y luego de pasar por el centro de votación decido comerme un mondongo con mi mujer. El restaurante es modesto pero la sazón bastante buena. Por suerte encontramos mesa. La satisfacción de sentir que cuando uno vota está eligiendo y que lo que uno decide será respetado es de un valor que no tiene precio. Para bajar la comida, salgo a caminar por las calles y callejones de una zona en donde mis compatriotas han hecho vida y se han asimilado a una dinámica social que les es propia. “Ese edificio nuevo es de venezolanos”, me dice una simpática maracucha, al explicarme que compraron la totalidad de los departamentos. Los fenómenos migratorios son increíbles. Un país que no tenía gente foránea de repente se llena de extranjeros y cambia la cosmovisión de su sociedad… para siempre. Los lugares más herméticos, se han vuelto porosos con la gran ola migratoria de este siglo. Es una dinámica viva que no se detiene. Mientras pienso en estos asuntos, leo las diferentes ofertas de “platos navideños venezolanos” que se ofrecen en los distintos restaurantes.

El techo

Es difícil aceptar la idea de que existe un techo aspiracional del cual no se puede pasar como sociedad. Lejos de ser una postura pesimista, creo que un poco de realidad es necesaria para evitar que terminemos por volar, dado que, en muchas ocasiones, se puede volar en pedazos. Eso es lo que ocurre en conglomerados como el que vengo, en donde se trató de cambiar un modelo de sociedad y se terminó por pulverizar lo que estaba de pie. La necesidad de soñar es propia del ser humano. Lo que cuesta aceptar es que se puede soñar con libertad y actuar con responsabilidad. Asunto serio, la cosa.

Extremos contrapuestos

La idea de construir a partir del extremismo no suele terminar bien. Salvo contadas excepciones, las sociedades se construyen porque las personas se ponen de acuerdo y son capaces de ceder en sus posiciones más radicales. De ahí que todo acuerdo tiende a minimizar los radicalismos y hacer que las personas aterricen al punto medio de la realidad, principio aristotélico que se asomó hace mucho tiempo y sigue vivo y campante como el deseo por el pan recién hecho. Los acuerdos se desarrollan en el contexto de lo institucional y sin instituciones, reina la anarquía y el caos porque es bien sabido que la naturaleza humana propende a lo impensable si no se generan maneras de regular los apetitos de las personas. La mejor de las apuestas que puede hacer un conglomerado es la de fortalecer sus instituciones porque sin las mismas no hay futuro alentador. Lo institucional es la estructura en la cual una sociedad se sostiene y sin instituciones sólidas no construimos sociedades sino entelequias en el aire. ¡Cómo nos gustan las ficciones!

Vota por A vota por B

Frente a una opción radical, salvo excepciones, hay cierto olfato colectivo que induce a los pueblos a creer que una opción es mejor que otra. La sabiduría popular tiene un sentido común que en las sociedades sensatas aflora y en los momentos de máxima incertidumbre, hacen que de manera forzada o por invitación, se pise tierra. De alucinados y mesías estamos hastiados. En lo personal, no puedo deshacerme de cierto nihilismo que arropa mi pensamiento y que me induce a tener cable a tierra de manera permanente. Soy de los que sueña despierto, pero con la calculadora en la mano. Las ideas y la realidad no tienden a acoplarse. Esa premisa, la de sostener que la realidad y las ideas tienden a estar disociadas, no solo ha propendido a guiar mi vida, sino que lejos de cultivar la alocada idea de querer cambiar al mundo, me invita de manera amable a intentar comprenderlo. La fascinación que genera tratar de entender la realidad es un desafío, pero también un fin en sí mismo, por lo tanto, un logro.

El enemigo es “el otro”

Estamos cundidos de recetas grandilocuentes en donde nuestros problemas son generados por “el otro” y no como consecuencia de lo que hacemos. “El otro”, llámese de esa manera por su origen cultural, étnico, religioso o por otras características, tiende a ser el chivo expiatorio al cual le endosamos nuestras miserias. Es una manera fácil y ramplona de asumir un asunto que no queremos aceptar y forma parte de lo más básico del pensamiento dicotómico humano. El “ustedes y nosotros” es de un primitivismo atroz que afortunadamente tiende a coger mínimo en la medida que el tiempo va colocando a las cosas en su lugar. El siglo XXI es un tiempo que promete el retorno a primitivismos que considerábamos ya superados a la par de las invenciones más ambiciosas que podamos imaginar. Esa es la chaqueta de fuerza que nos condiciona. La fascinación por comprender nuestro propio tiempo no sólo es un desafío, también es fuente de gratificación.

 

Santiago, 18 de diciembre de 2023.

Publicado en varios medios de comunicación a partir del 18 de diciembre de 2023.  

lunes, 11 de diciembre de 2023

El mundo sigue girando

 


Para quien no lo haya encontrado, sería prudente recordar que puede existir un mejor lugar para cada uno de nosotros y parte del arte de vivir consiste en conseguirlo. Llámese lugar, actitud, estado o aspiración, ese lugar anhelado podría estar a la vuelta de la esquina, a miles de kilómetros de distancia o simplemente dentro de nosotros mismos. El gran desafío es ser capaces de encontrarlo a tiempo. El tiempo juega con nosotros y le pone fecha de vencimiento a nuestros actos. El tiempo, además de condenarnos a lo finito, también le da sentido a la existencia.  

“La vida está en otra parte” es una fantasía que se nos pasa por la cabeza sin mucho fundamento. Sobre todo, cuando no tenemos de manera tangible la posibilidad de comparar. Si sólo es una presunción sin mucho fundamento, todo intento de cambio es solo una huida hacia adelante. Por el contrario, si tenemos la certeza de que “la vida está en otra parte”, habría que ser bien pusilánime para no hacer todo el esfuerzo necesario para estar en el lugar que creemos que puede ser el mejor para lo que anhelamos. De la materialización de esas aspiraciones están hechos los sueños que hacen posible elevarse y llegar a desarrollar lo mejor de nosotros mismos. Sin sueños cotidianos, la vida es aburrida, como lo son los sueños grandilocuentes de las épicas de todos los tiempos. El sueño del hombre común y sus aspiraciones tangibles llevan a la felicidad. Nada es más grande que la pretensión por las pequeñas cosas. Por el contrario, los megaproyectos y sueños de tamaño desmesurado propenden a llevar a las personas al sufrimiento. En esa categoría están las utopías, las ideologías y demás basuras mentales. Que se ocupen primero de salvarse a sí mismos quienes obcecadamente quieren salvar a los demás.

Hay quienes tienen una especial clarividencia para manejar el arte de la predictibilidad. Son personas que poseen una especie de olfato que los guía como brújula y los previene de las cosas que están por venir. De donde vengo, muchos tuvieron esa capacidad intuitiva más desarrollada y escaparon tomando todas las previsiones necesarias para hacerlo. Quien se acostumbra a vivir en el caos, la ruindad y la maledicencia, potencialmente pone en riesgo a su espíritu y la corrupción del alma es cosa de segundos. En esos casos es prudente tener zapatos ágiles para poder correr con facilidad. Hay que escapar con tiempo del infierno, por aquello de que si no lo hacemos podríamos quedar atrapados en él para siempre. Es cuestión de estética, ética y aspiración personal. Potencialmente podemos ser víctimas de injusticias si no tenemos la capacidad de ver hacia adelante.

Ganarse el respeto colectivo tiene una base sobre la cual se podría sustentar todo el edificio de lo que vamos formando. Esa piedra fundamental está relacionada con la capacidad de ser sinceros, alejarnos de la tentación de mentir y cultivar la autenticidad como un valor y una forma de conceptuar la realidad. Sin lugar a duda, tarde o temprano, la persona auténtica, capaz de mantenerse apegada a sus convicciones, destacará sobre su entorno, generalmente cundido de falsedades y maneras retorcidas de entender el mundo. Ganarse el respeto de otro no es asunto de generar simpatía, por el contrario, el respeto tiene su propio camino sobre el cual corre de manera libre, ligero y sin contratiempo. Quien cultiva la autenticidad no debe esperar el aplauso. Sería sospechoso esperarlo, como también lo sería el recibirlo.

Es tan escandaloso como lo son sus consecuencias, que enormes masas de seres humanos se hayan visto forzados a migrar del paraíso. El origen de la tragedia se remonta a los encandiladores ejercicios de elocuencia que un payaso de poca monta logró realizar ante una montonera carente de juicio y ávida de esperanza. De grandes hipnotizadores colectivos y vendedores de espejos está minado el camino de la civilización. Una y otra vez pareciera que seremos cegados por los ilusionistas de rigor que repetidamente aparecen para consuelo de quienes cultivan los peores sentimientos. La balanza entre el bien y el mal gusta de mantenerse en equilibrio, por lo que tanto mal pareciera que va a surgir cuanto tanto bien esté presente. El equilibrio se impone de manera lastimosa y cruel. La expulsión del paraíso es el sino que nos marca desde nuestro origen. Fueron ignorados quienes prefiguraron lo que iba a ocurrir. En estos casos ya no hay posibilidades de segundas oportunidades. El paraíso se pierde una vez y para siempre.

El mundo no se detiene por nadie. Quien no haya desarrollado la destreza de enfrentar y solucionar los obstáculos más inimaginables, se seguirá quedando atrás en la cruel carrera que significa la existencia. De parásitos y chupasangres están minados los conglomerados humanos. Forman parte de las cargas propias del sistema. Por una tergiversación cultivada por quienes apuestan por sociedades caóticas, hay quienes gastan sus energías en promover la necesidad de defender los sujetos que carcomen los sistemas. Lo evolutivo y lo que es bueno para la especie debería imponerse.

 

Santiago, 11 de diciembre de 2023.

Publicado en varios medios de comunicación a partir del 11 de diciembre de 2023.