Hay una tentación a la cual puede
sucumbir el escritor. Por tratar con palabras e ideas, flirtear con la política
tiende a ser un campo al cual se puede entrar con facilidad. Ese terreno
proverbialmente peligroso lleva implícito varios elementos:
1. Lo político tiende a ser
expresado a través de lo ideológico, siendo toda ideología una chaqueta de
fuerza que impide pensar de manera creativa. Lo ideológico le pone límites al
pensamiento y el carácter artístico de una obra se debilita o fallece. Los
relativamente recientes regímenes totalitarios fueron el ejemplo para ilustrar
esta afirmación. También lo son las nuevas sociedades contemporáneas que
cercenan la libertad del individuo.
2. Una vez que se planta en el terreno
de lo político, lo escrito se vuelve chabacano. El análisis político, en
general, no requiere mucho esfuerzo, porque los lentes con los cuales mira la
realidad el analista ya vienen con fórmulas prefabricadas. No tiene mucho valor
la declamación de panfletos.
3. La capacidad de trascendencia de una
obra se ve cuestionada por la visión politizada de quien la percibe. De ahí que
vemos con tanta frecuencia que se intenta encasillar en una dimensión política
a un escritor, cuando eso es apenas una de las aristas de las cuales se puede
amalgamar una expresión artística. El encasillamiento al otro, sin un análisis
más concienzudo, generalmente es una expresión de mediocridad ramplona.
Sudando para trascender
Premios y reconocimientos son buscados
para que la obra literaria no fallezca en el curso del tiempo. El problema es
que las premiaciones tienen su buena dosis de adulación o de tener una corte de
seguidores miopes y fascinados por lo ideológico que van haciendo presión para
poder consagrar a un autor. De ahí que conocemos personas que a duras penas
recibieron reconocimientos por su obra en vida y la misma es tan relevante que
logra sobrevivir al paso del tiempo. Lo contrario también ocurre. Escritores
inflados en su momento, de quienes después nadie se acuerda. Pareciera que una
buena dosis de capricho y arbitrariedad va de la mano con el buen gusto. Del
buen gusto al concepto de cultura de élite hay un paso.
Élites y élites
La cultura tiende a ser elitista en un
doble sentido: O porque desde lo popular es arropada por las élites que la
preconizan y la elevan o porque desde lo elitista se popularice. Ambos sentidos
llevan al mismo lugar. La cultura termina por ser celosamente custodiada por
grupos que se encargan de su preservación y alcance. En este mismo sentido, los
occidentales propendemos a valorar el arte desde la perspectiva del sujeto por
encima de las manifestaciones de carácter colectivista. El artista, por lo
tanto, independientemente de su origen, por ser artista, a la manera
occidental, es una expresión de lo más depurado de la élite de una sociedad.
Este punto, que suele generar malestar y tensión en algunas personas, se va
cimentando conforme pasa el tiempo y el individuo se ubica en un plano que está
más allá de la muchedumbre en el caso de que su obra tenga valor perdurable en
el tiempo. El individuo logra que su obra se popularice, precisamente porque su
arte no es de carácter colectivo.
Duro lo que perdura
¿Qué tiende a perdurar con los años? En
primer lugar, aquellas expresiones culturales que fueron salvaguardadas por
élites, llámense academias, universidades, estructuras religiosas, fundaciones
y otras agrupaciones que posean el talante de guardianes del conocimiento. En
segundo lugar, aquello que, por su valor, propenda a ser apreciado por un grupo
de personas, independientemente del lugar y del tiempo.
Lo que damos el carácter de “obra
relevante”, llámese novela, ensayo, poesía o cualquier otra manifestación
escrita, es aquello que coquetea con la inmortalidad o propenda a generar un
discurso que tienda a la universalidad. ¿Qué desaparece con los años? Aquello
que no logra ser resguardado por las élites o que pierda la capacidad de ser
apreciado por un grupo de personas.
Del pueblo al universo
Desde lo particular, se puede generar
un discurso que se universalice. Usando un pequeño ejemplo, se pueden dinamitar
las ideas al punto de hacerlas volar por los aires. Si se pretende hacer un
discurso universal sin tener presente que en realidad partimos de ideas
concretas y recreamos situaciones relativamente comunes, lo más probable es que
no se llegue a ninguna parte. De pequeñas historias que van creciendo en
relación con su capacidad de ser conocidas por muchas personas, está llena la
historia de la cultura. Lo anterior nos lleva nuevamente a plantearnos la
importancia del desarrollo artístico desde la instancia individual, ajena al
colectivismo, que tiende a castrar a quien trata de hacer el esfuerzo de pensar
por cuenta propia. Ninguna condición es tan penosa como la de las masas que
intentan ahogar la voz que es capaz de imponerse por encima de grandes mayorías
sin mucho peso real. Es la eterna lucha entre la excelencia y lo mediano
repetida una y muchas veces en el curso del tiempo.
Publicado en varios medios de comunicación a partir
del 28 de agosto de 2023.