"Son más fáciles de contar los
cabellos de nuestra cabeza que las pasiones de nuestro corazón."
San Agustín
Una maestra que da clase a niños de
sexto grado en la escuela pública de la localidad de El Chivo, me saluda con
estimulante afecto. Es la primera vez que hablo con ella; sin embargo, me trata
con familiaridad y cercanía. Lee mis escritos desde hace varios años.
La situación me emociona y me
satisface. He logrado establecer una maravillosa comunicación con alguien que
ni siquiera sospechaba que existía. Pocas cosas pueden ser tan gratas como
experimentar el sabor de los frutos de un fenómeno que se basa en la emisión de
palabras escritas y la recepción apasionada de un noble lector. Soy una
aproximación de escritor muy agradecido de quienes han tenido la paciencia y
tolerancia para soportar mis trabajos.
Pero la verdadera comunicación se
establece cuando recibo los comentarios de la maestra para quien escribo.
Porque a fin de cuentas, si algo de lo que escribí tuvo eco en ella, es porque
sencillamente lo escribí para ella.
Hoy en día, cuando me pregunto para
quién estoy escribiendo, me respondo: "Para la maestra de El Chivo".
Pocas actividades han logrado despertar
en mí un estado tan pasional como la aproximación a la literatura. Libros en
los que surgen universos maravillosos de pasiones y situaciones que han
terminado por configurar una visión del mundo que si bien puede no haberme
hecho mejor persona, por lo menos me ha permitido instantes de goce que me han
hecho más vivo.
Creo que las manifestaciones artísticas
nos hacen mejor como especie. De hecho, sin ellas, el empobrecimiento de la
naturaleza humana podría ser notable. A fin de cuentas, todo arte aspira a ser
elevado y en ese proceso pierde lo que podríamos considerar su
"utilidad". Esta utilidad concebida como "servir para
algo". Entonces, ¿para qué le sirve a la maestra de El Chivo tener
contacto con unos escritos que no persiguen una "utilidad"?
Cuando la maestra me saludó, se
mostraba emocionada y afectuosa. Unos escritos que aspiran a
"elevarse" lograron despertar una emoción en una persona. Creo que
para eso sirve escribir. Para movilizar un poco el corazón de la maestra de El
Chivo.
Mi admirado amigo Bertrand Russell nos
advierte que "donde no hay horas libres, el arte y la ciencia mueren, y
todo progreso se hace imposible".
Tanto mi tiempo como el de mi querida
maestra está condicionado por la necesidad de ganarnos la vida. Es grato poder
encontrarnos dos personas que tenemos la voluntad de apartar algunos instantes
para dar cabida a nuestra presencia en estos parajes.
*Del libro de mi autoría Los
peligros de comer cotufas.