sábado, 26 de agosto de 2023

Nada

 


A veces nos da por aspirar a que las cosas mejoren. Que incluso todo nos salga bien. Instancia inasible la cual de vez en cuando nos seduce., hasta hacernos cautivos amantes de la idea. Creo haber estado a punto de lograr la perfección.

El agua calmada y transparente invitaba a zambullirnos. Un saludable sol de mediados de mañana nos acariciaba suavemente la piel, mientras la tenue brisa marina hacía pocos esfuerzos para hacernos sentir una condición cercana a lo que vamos a llamar “transformación en éter de la materia”.

Sin esfuerzos ni pesares, en una calma sólo perceptible bajo un profundo estado de trance, mi cuerpo flotaba en las maravillosas aguas de Cayo Sombrero, paraíso perteneciente al Parque Nacional Morrocoy. Quiso el tiempo que el agradable movimiento de las aguas me desplazase lentamente por tan inmaculadas superficies a tal punto de éxtasis que olvidé haber pertenecido en alguna ocasión a este tan basal mundo.

Fue así como logré alcanzar uno de esos estados que desde épocas antiguas han sido anhelados y tratados de ser adquiridos a través de prácticas milenarias exigentes en el cultivo de prolongadas meditaciones y ejercicios variados, guiados por personas consideradas sabias por sus seguidores.

No podría precisar cuánto tiempo había estado en tan evidente condición, cuando el aullido ronco de un ser humano hizo que regresara a esta vida. Se trataba de un viejo gordo y alto, a quien las corrientes marinas habían atravesado en mi camino y sin ningún reparo se quejaba una y otra vez mientras se tocaba la espalda. Dijo en un árabe perfectamente ininteligible algo que por supuesto no comprendí, para luego hablarme en un español poco diáfano con el cual trató de hacerme entender que una aguamala le había “picado” en la espalda.

Un pequeño manojo de prolongaciones de aspecto delicado se presentó ante nosotros, flotando despreocupadamente en aquella límpida playa, como uno de esos actores cómicos, que hacen su aparición con elevado grado de sorpresa. La reacción del libanés no se hizo esperar. De un golpe enérgico que no perdió fuerzas al chocar con el agua, aplastó con la palma de las manos al ser que le había hecho daño. Luego tomó con dos dedos a la aguamala y con infinito desprecio dijo en voz alta y en un castellano que insólitamente se hizo impecable: Nada es perfecto.

¡Y de verdad… si no hubiese sido por la aguamala…! 




*Del libro de mi autoría La creación del rosado