A veces cae la tarde cerrada por la
neblina. Antes ocurría con mayor frecuencia; sin embargo, su carácter eventual
la llena de más fascinación y sorpresa. Es tan espesa la neblina merideña, que
alguien podría correr el riesgo de perderse en las calles, tal como ocurre al
personaje de Amarcord, de Fellini. Bajando por la avenida 2, que
debe ser muy parecida a las calles de la Rusia de Gógol (la avenida 2 es una
versión tropical de la célebre avenida Nevski), me encuentro para rematar con
una bailarina hermosa y joven (parecida a las historias infantiles que leí en
el CEAPULA), y me siento como el glorioso soldadito de plomo, cautivado por la
fascinante experiencia de disfrutar la presencia de una linda dama.
En este punto de mi relato, las cosas
se parecen tanto a otras cosas que han terminado por no ser ellas mismas.
La bailarina, toda belleza y seducción,
me pregunta si soy el psiquiatra que escribe los lunes por Frontera, y en forma
receptiva, y contento por sentirme tan cautivo en sus ojos, le respondo que sí.
-¿Es verdad que si uno lee Así
habló Zarathustra, de Friedrich Nietzsche, ya no necesita leer otro libro?
La neblina de Fellini, la avenida 2 de
Gógol, los cuentos del CEAPULA y mi cuerpo de plomo, conspiran y me elevan a
una dimensión fascinante, en la que acabo de pasar a ser el hombre que
aprendió a filosofar con una bailarina.
-La verdad es que no sé la respuesta,
linda, pero leí a Nietzsche por primera vez a los doce (se entenderá que mi
respuesta va dirigida a impresionar a la bailarina). Si la literatura es
susceptible de ser interpretada de miles de formas y la filosofía “nos
pone en el caso de que la insultemos” -parafraseando a Ramos Sucre-
, por su carácter siempre ocioso, con Nietzsche encontramos la
perfecta combinación en donde literatura y filosofía se vuelven una sola
condición: La pretensión de pensar, con el acto de percibir y exponer a través
de las palabras su visión del mundo cargada de pasión.
No hay forma de dejar de interpretar a
Nietzsche si lo leemos con detenimiento. Interpretarlo de las formas más
variadas y hasta insólitas. Interpretarlo en forma disímil, contradictoria y
muchas veces retorcida. En su tiempo lo acusaron de que su forma de expresarse
era una trampa para atrapar pajaritos, dado su carácter “proselitista”, al
utilizar un lenguaje metafórico, lleno de imágenes fuertes y propenso a
producir las más variadas interpretaciones en quienes se acercaban a sus obras.
Es difícil dejar de seguir
interpretando a Nietzsche sin detenernos, en forma opuesta, muchas veces, a
como lo hace el vecino. Al fin y al cabo, esa es su grandeza… la de provocar
una lectura tan distinta en cada uno de los que se aproximan a sus escritos.
Como la bailarina deseaba seguir
preguntando y yo quería seguir disfrutando de su presencia, la invité a
traspasar todo intento por dar vueltas a las ideas y le hice la proposición de
burlarnos un poco del tiempo.
Es ésta la historia de cómo aprendí a
bailar.
*Del libro de mi autoría La
creación del rosado.