La historia sirve para recrearnos en
relación con un montón de asuntos que nos llevan hasta el presente. Una de las
cosas más interesantes de acercarse a las tramas propias de la historia es la
posibilidad de entender los hechos en un contexto determinado. Ese contexto,
por supuesto, lleva a una secuencia de fenómenos a través de los cuales podemos
entender las cosas y lo que ha ocurrido. Viéndolo de esta manera, la historia
puede ser de utilidad para abultar los elementos que permiten conocer un
fenómeno determinado, sacar conclusiones e incluso formular puntos de vista
personales. De ahí la gente se crea sus propias opiniones.
Opiniones las tiene cualquiera
De esta manera, cualquiera emite una
opinión. Si la opinión es de carácter político, no tiene mucha relevancia
porque opinar desde lo político no requiere mayor inteligencia. Es simplemente
esgrimir un punto de vista que parte de los prejuicios que se tienen en
relación con las cosas. Un prejuicio es una idea previa que se elabora antes de
que ocurra un determinado fenómeno. Cuando nos ponemos en contacto con un hecho
determinado, nuestro prejuicio (juicio previo elaborado) se conecta con lo que
vemos, queremos o podemos ver. Se trata de un asunto de percepción selectiva.
Muchas veces, por nuestros juicios previos (prejuicios), tomamos una posición.
A mi parecer, eso no tiene mucho valor, pero es lo que mueve de un lado a otro
los fenómenos sociales.
Estallidos sociales y otras
trivialidades
El ejemplo más interesante de las
dinámicas sociales de carácter aparatoso y dramático lo constituyen los muy
recurrentes “estallidos sociales”. Como fenómenos de explosión colectiva
tienden a ser recurrentes en el curso del tiempo y salvo que se transformen en
una guerra (sea civil o militar), estos estallidos como tal tienen cierto
carácter que, si bien no podríamos categorizar como “normales”, si podemos
llegar a entender que son frecuentes. Ocurren en cualquier parte del mundo,
tanto en sociedades avanzadas como en sociedades primitivas. La duración de
estos fenómenos está delimitada porque en general, se autorregulan y se
autolimitan. A lo sumo, estos fenómenos tienen una duración de tres meses y
medio en promedio. Cuando la clase política es capaz de canalizar un estallido
social a través de “una salida política”, como por ejemplo el voto, ese impulso
inicial, propio de los asuntos de las masas, pierde potencia y se regulariza a
través de formas civilizadas de resolución de conflictos. De estallidos
sociales al menos he tenido la experiencia de vivir dos, con manejos políticos
diferentes (antagónicos) y resultados distintos. Todo el peso de estas
dinámicas recae en la clase política pensante y su capacidad de tomar
decisiones pensando en lo mejor para la mayoría (la que es capaz de vivir en
sociedad).
Ruptura histórica
Hay casos en la historia en los cuales
ocurre un quiebre. A mi juicio, en esas situaciones, pareciera como si se
ensamblasen asuntos pendientes que quedan como anillo al dedo para que la
historia se parta en dos y la salida política, que he asomado como un asunto
regulador de conflictos, desemboque en la peor de todas las opciones que es la
guerra. Una vez que se abre esa puerta, lo peor de lo humano aparece y la
necesidad de someter al otro y derrotarlo sin ambages y de la manera más
aplastante se hace presente. En los asuntos de guerra, no hay otro imperativo
diferente que vencer (a la guerra se va para vencer o de lo contrario no se
iría a la guerra). En los casos de guerra, la historia da un giro asombroso y
las cosas que bien pudieron en el pasado haberse resuelto de otra manera,
asumen la dimensión propia de lo peor del horror y las atrocidades estarán a
flor de piel. A fin de cuentas, los héroes de guerras son quienes sean capaces
de desarrollar las acciones más temerarias, muchas de las cuales necesariamente
serán las más crueles. En el contexto guerrerista el asesino se transforma en
héroe y por sus hazañas será recompensado y elevado.
El fin de la guerra
Una vez que se entra en guerra, el fin
último es la aniquilación del contrario, el sometimiento de éste, el poseer sus
pertenencias, sus riquezas, su territorio o si fuera el caso destruirlas y
provocar un dolor tal que su recuperación deberá ser muy lenta o posiblemente
no sea factible esa recuperación si la contundencia de lo bélico logra el fin
último que es acabar con el poder beligerante del enemigo. Es difícil que haya
un empate bélico, pero sin duda y eso lo sabemos de sobra, hay guerras en las
cuales no hay ningún vencedor. En otras, por el contrario, se da que un grupo
somete al otro hasta hacerlo desaparecer, sino en su totalidad, al menos en su
capacidad de ser una amenaza. Los países que invirtieron en armas y en
tecnología son los que llevan la delantera en poderío y los que no lo hicieron
se quedaron rezagados. Sería interesante saber, cuáles son más felices: Si los
conglomerados que viven para la lucha o aquellos que aparentemente llevan una
vida menos confrontativa y con mayor sosiego, o por lo menos aparente placidez.
Publicado en varios medios de
comunicación a partir del 15 de octubre de 2023.