Una de las cosas que me hizo emigrar de
Venezuela es que no vendían servilletas. Puedo comer caraotas con las manos sin
ningún problema, pero necesito servilletas para poder comerlas. Lo de las
servilletas es tan auténtico, que cuando migramos le insistí a mi esposa que no
se le fuese a olvidar el servilletero Tramontina, que nos ha acompañado desde
hace un cuarto de siglo. Una mesa bien servida, con una buena vajilla y unos
cubiertos presentables, hace que la comida sea mejor. Con servilletas, por
supuesto. Ese tipo de mañas, que puede llegar a parecer frívolo, es positivo;
las podemos y a mi juicio debemos cultivar, por cuanto es bien sabido que
ciertos caprichos que no hacen daño a otras personas pueden ser de gran
utilidad para cultivar el ocio de la vida, sin lo cual no tendría mucho sabor
la existencia. Gracias al ocio, por ejemplo, puedo escribir este texto y
gracias a su ocio, usted lo está leyendo. Es que la vida sin ocio es un
desierto porque no habría espacio ni para la creatividad ni para el amor.
Mañoso sin tregua
Tal vez con el tiempo, solo seremos la
representación de un montón de mañas que vamos juntando y sin las cuales la
vida se nos hace rara. Sobre eso estaba pensando porque necesitaba alejarme un
poco de tanta cosa mala que se me acerca. De esas cosas que considero feas o
negativas, sin lugar a duda que la vulgaridad ocupa un lugar importante. Mi
vulgaridad y la de los demás. Con respecto a mi propia vulgaridad, trato de
lidiar con ella. Con respecto a la vulgaridad ajena, en ocasiones intento
comprenderla.
El caviar y el espumante blanco
Desde muy joven me gustó el caviar con
espumante blanco. El caviar era una compra de rigor cada vez que viajaba a la
Isla de Margarita, en el Caribe. Lo he probado en diversas variedades y siempre
me ha parecido que su sabor es la máxima concentración posible de la totalidad
del gusto del mar. Las huevas de pez son de esas cosas que me agradan y que
disfruto en esos momentos de soledad, cuando mirar a un punto en blanco en la
distancia se hace una manera de sobrellevar el día. En definitiva, es una
exquisitez.
La arepa de mi corazón
De las cosas que no puedo dejar (o que
no he dejado), el primer lugar lo ocupa la arepa. De harinas de maíz precocidas
conozco bastante, lamentablemente por razones que no son agradables. Cuando me
preparaba para irme de Venezuela no se conseguía harina de maíz precocida con
facilidad y aparecieron cualquier cantidad de marcas piratas que se hacían
llamar artesanales. Lo cierto es que casi pierdo la dentadura probando
distintos tipos de harina (creo que en una ocasión tenía cemento o cal) y la
necesidad no negociable de comer arepa me ha hecho probar cualquier marca. En
Brasil las comí de polenta, sin disimular las arcadas que me generaba y hoy en
día puedo escoger varias marcas comerciales y variedades. Soy un “come arepa”,
como de manera peyorativa se le llegó a decir a mis compatriotas hace unos
cuantos años. Los fanáticos de la arepa estamos definitivamente condenados a no
encontrar un sabor que se le parezca y que podría parecer un gusto adquirido
desde muy temprana edad. He comido arepas legendarias y las sigo comiendo todos
los días de mi vida.
Besitos fríos
No soy dulcero, pero hay tres
excepciones: El dulce de leche cortado que hacen en el Estado Lara, el
chocolate preferiblemente con un poco de amargor que generosamente da el cacao
y la miel. Llegué a tener una colección de mieles tan abultada que puedo
presumir de ser un experto degustando mieles. Mi infancia en El Tocuyo hizo que
una vez al año dispusiera directamente de la miel de las abejas de la casa de
mi abuela paterna. Ese gusto por la miel, que es un gusto de infancia, me llevó
a buscar mieles en muchos lugares, incluyendo la legendaria miel de El Paují,
en el parque nacional Canaima y la excepcional miel de Yopo, la más delicada y
deliciosa de todas las mieles. Sobre la miel de Yopo he escuchado cualquier
cantidad de historias y consejas. Es la mejor. De esos gustos estamos hechos,
porque bien dice de un hombre el poder enorgullecerse de sus pequeños placeres
y recrear lo mucho que le satisfacen.
Versatilidad y estilo
Acostumbrado a los viajes y marcado por
el signo de Caín que han significado las mudanzas, lo primero que hago cuando
llego a un lugar es inscribirme en su biblioteca pública. Ya no tengo
biblioteca personal, porque perdí mis libros en mis viajes, pero ahora todas
las bibliotecas públicas del mundo me pertenecen, por lo que se amplió la
posibilidad de complacer mi curiosidad y se restringió el chance de consultar
un texto cualquiera a mitad de la noche. Seguimos la marcha y nos recreamos
alrededor del goce por la aventura.
Publicado en varios medios
de comunicación a partir del domingo 05 de noviembre de 2023.