domingo, 28 de abril de 2024

Retóricas y métodos

 


La retórica intenta persuadir a través del discurso, siendo su fin convencer al otro. Es una disciplina, es un arte, pero también existen métodos que le confieren un carácter estructurado. Se intenta persuadir a otras personas con múltiples propósitos, desde causas loables hasta las más grandes ruindades. El objetivo o fin último es lograr el control.

El arte

Como tal, la retórica es un arte porque puede existir una belleza y armonía discursiva cuando no una ferocidad que permite el contacto entre quien persuade y el que es persuadido. Para bailar se necesitan al menos dos personas y la retórica es como los grandes bailes en donde uno de los sujetos lleva el paso y el otro lo acompasa y se deja llevar. El contacto propio de lo retórico tiene qué ver con cuál parte de la estructura psíquica se sienta identificada la persona. Por ejemplo: El perverso que persuade será capaz de convencer al otro, en muchas ocasiones, desde los elementos propios de la perversión de ambos; de ahí que no son casuales las identificaciones con los líderes porque nos conectamos con ellos en su luz y en su oscuridad.

Disciplina

Como disciplina, la retórica es antigua, siendo los griegos sus grandes cultivadores, constituyendo uno de los elementos fundamentales y fundacionales de la cultura occidental. La disciplina requiere entrenamiento y desarrollo en campos de batallas verbales donde en muchas ocasiones el viento sopla en contra. Se requiere de gran concentración y dominio verbal, cuando no de capacidad histriónica de conmover a las demás personas. Algunos liderazgos usan una retórica incendiaria llevando a los sujetos a un plano dicotómico en donde se odia o se idolatra lo que se escucha. Viéndolo así, la retórica puede ser el germen de donde brotan las más tensas y exaltadas pasiones.

El método

Independientemente de lo que se desea comunicar, el objetivo inicial es convencer. En la contemporaneidad se usa la misma vieja fórmula que se basa en dos preceptos básicos de la retórica:

1.La seguridad con la cual se planteen las ideas. Incluso aquellas que parecen descabelladas y casi imposibles de creer, se vuelven potencialmente veraces si se formulan con seguridad, sin titubeos.

2.Tener siempre un ejemplo a la mano. Sin el ejemplo no es posible convencer, de ahí que aparecerá el conejo de la chistera y todo discurso emitido con seguridad tendrá la muestra tangible para “demostrar” que lo que se dice es cierto.

Seguridad discursiva y el ejemplo inobjetable son los dos pilares del método retórico.

Contemporaneidad y retórica

Se intenta invertir la tortilla en cualquier tentativa de persuadir. Más si se trata de un tiempo en el cual el hombre ha logrado que las tecnologías sean capaces de crear aparentes verdades incuestionables. No es nueva la retórica. Lo nuevo es la manera como ha ido creciendo en forma exponencial la forma de decir las cosas, que, de ser falacias, pasan a ser medias verdades y luego se transforman en asuntos incuestionables. A fin de cuentas, es muy difícil no caer en la tentación de escuchar sólo aquellas cosas en las que queremos creer para nuestro confort o porque satisface nuestra sed de rivalizar y denostar.

Presente y futuro de nuevas falsas realidades

Se van creando embustes del tamaño de una catedral que van creciendo como hidras y generan la sensación de que son indetenibles. Más o menos así va la cosa hasta que aterrizamos y nos damos de bruces contra la realidad. Por más bellos que sean los discursos, por más que nos identifiquemos con lo que queramos escuchar, por más que le apostemos a ciertos liderazgos, hay realidades como el hambre, que son muy difíciles de disimular. En lo tangible ha de basarse el hombre con deseos de pisar tierra si no quiere permitir que lo discursivo borre del mapa toda realidad.

El discurso, la imagen y todos los anteriores

Lo más interesante del discurso apologético contemporáneo, es que intenta que nos vayamos haciendo de ideas basadas en un montón de elementos que rebasan el discurso. No es sólo lo que queremos escuchar sino lo que queremos escuchar, ver y si es posible sentir en su más plena dimensión. Hacia eso va dirigida la actual tecnología, en imponer, como se ha hecho en todos los tiempos, ideas, creencias, costumbres y maneras de comportarnos de manera incluso caprichosa. Se hace bajo la premisa de que la retórica está por encima de la realidad. El fin supremo, por supuesto, es lograr el control de los demás. Interesante derrotero y apasionante tema de estudio que mientras más tiempo pasa, más interés adquiere. Ya no es sólo lo discursivo, sino lo discursivo desarrollado exponencialmente como nunca, valiéndose de la tecnología. ¿Se logrará de manera tan fácil el resultado?

 

Santiago, 28 de abril de 2024.

Publicado en varios medios de comunicación a partir del 28 de abril de 2024. 

domingo, 21 de abril de 2024

Entre equilibrios

 


Puede ser chocante aclarar el asunto del equilibrio. La premisa de que estamos en un sistema que tiene elementos propios que permiten limitar y regular cuanto ocurre, pareciera sacada de la ciencia ficción.  Desde Heráclito se ha planteado la idea de que un asunto tiene su contrario, razón por la cual, si vemos con amplitud de pensamiento el problema del equilibrio, la naturaleza es un sistema en donde se genera mesura porque hay normas que funcionan como leyes básicas, por ejemplo, que el pez grande se coma al pez chico.

Equilibrio de la naturaleza

Si un ave tiene dos crías y una de ellas tiene un defecto, la madre ave la arrojará del nido y garantizará que muera, para que el resultado sea que la otra cría, la sana, tenga mayores posibilidades de sobrevivir. En la naturaleza se prioriza la supervivencia del más fuerte o el más apto. Al deshacerse de la cría defectuosa, la cría sana tendrá más alimentos y mejores cuidados. La naturaleza le apuesta a los que tienen mayores posibilidades de vivir y la energía se dirige a este fin. No hacerlo de esa manera es un desperdicio energético.

Equilibrio de lo humano

El ser humano rompe con este equilibrio, lo cual es sinónimo de romper con la naturaleza. Si la madre humana tiene dos hijos y uno nace enfermo, es muy probable que destine gran parte de su energía en apoyar a quien tiene menos posibilidades de sobrevivir, que vendría a ser el enfermo. Al invertir la manera como se dirige la energía, lo “débil” se perpetúa en el tiempo. Esa ruptura con la naturaleza es el gran quiebre de lo humano en relación con los demás seres vivos. Lo vemos en la vida cotidiana, pero particularmente en la conducta gregaria, aquella que se da en grupos y formas de organización social. Al contrario de los demás seres vivos, es tan propio de lo humano el desafiar las leyes de la naturaleza que es precisamente ese el elemento que más lo define. El desarrollo de las ciudades es uno de los más tangibles ejemplos de ese quiebre.

El mundo en equilibrio

Al haber una estructura animal de base con una socialización que va en contra de las leyes de la naturaleza, el equilibrio humano también se da, pero de otra manera. Precisamente la idea de entender que lo humano está equilibrado es la base de este texto. Por eso, es tan bueno que exista justicia como inevitable el hecho de que no exista, porque ambas dimensiones construyen el equilibrio humano. De ahí que cuando deseamos loablemente la paz, se hace de la misma manera inevitable que exista la guerra porque tal dimensión, la de crear un equilibrio entre nosotros, se maneja con una lógica diferente a la que vemos en otras especies animales. El ser humano es un animal que intenta justificar lo que hace a través de lo argumentativo. Es lo argumentativo y nunca lo racional, lo que condiciona la manera que tenemos de ver las cosas.

Argumentos y razones

Lo argumentativo se basa en lo discursivo. De esta manera, podemos dar por ciertas un montón de creencias que tienen que ver con la moral y las costumbres que se practican en un tiempo y en un lugar. El argumento, que es un tipo de razonamiento cercano a la opinión y que generalmente no tiene fundamentos racionales, es la base de cualquier creencia. Al predominar las creencias y al expresarse las mismas a través del discurso, los humanos estamos marcados por el sino de estar encadenados a un montón de falsedades que tratamos de defender, porque son las que tienden a dar sentido a lo que vemos y sentimos. El argumento o el discurso (es lo mismo), trastoca permanentemente la realidad. Por eso, se repite insistentemente esa babosada de que “el lenguaje construye realidades” que es lo mismo que decir “el lenguaje falsea realidades”.

La falsedad del discurso

El lenguaje se basa en generar trampas deslumbrantes que enceguecen al sujeto y le hacen pensar y soñar. En general, lo discursivo es una manera falaz de hacernos sentir en el universo, porque nada es tan alejado de lo humano como el apego a la racionalidad. Tanto el desapego a lo real como la necesidad de construir espacios de falsedades son propios de nuestra naturaleza. Una naturaleza muy particular en donde se premia a quien se apega a la falacia de la existencia a través de lo discursivo.

Equilibrios precarios

Vivimos en un aparente equilibrio precario que en realidad es la manera como las personas conseguimos estar en equilibrio. El discurso de un combatiente es idéntico al de su contrario y defienden la causa que les conviene a cada uno. El gran ejercicio de la filosofía es plantarse por encima de todo para poder verlo con mayor claridad. Mientras tanto, nos embelesamos con nuestras estrategias para mitigar lo que somos y cultivamos las cosas que consideramos hermosas como el arte, la palabra escrita de manera armónica, la poesía, la música y tantas, pero tantas maneras de tratar de sentirnos confortables en esta suerte de experimento eterno que somos. 


Santiago, 21 de abril de 2024.

Publicado en varios medios de comunicación a partir del 21 de abril de 2024. 

domingo, 14 de abril de 2024

Las dos anclas de la vida

 


El sentido de la vida es un asunto sobre el cual hay que trabajar. Se puede resumir en que hay que esforzarse para encontrarlo. Si no se le consigue, o no se hace el esfuerzo de vivir con un mínimo de sentido, la vida termina siendo un cascarón vacío. Ese sentido vital se materializa a través de lo que pudiésemos denominar la fórmula de las dos anclas.

La primera ancla

Una manera clásica de dar sentido a la existencia es a través de la posibilidad de trascender. En este sentido, para lograr trascender, es necesario trazarse objetivos a corto, mediano y largo plazo, por lo que toda posibilidad de trascendencia se hace a través de establecer metas concretas que una vez alcanzadas, deben ser sustituidas por otras y así hasta el final de la vida. La trascendencia es a través de otras personas, por lo que tiene que ver con el contacto interpersonal, la creación de vínculos afectivos, la posibilidad de conocer y cultivar el amor, la específica potencialidad de conocer el amor de pareja y de tener una familia propia, con descendencia. Tiene que ver con actitudes altruistas, con pensar en los demás, con elaborar o crear una obra que potencialmente pueda ser apreciada por otros. En ese sentido se trasciende por el carácter gregario que nos caracteriza.

La segunda ancla

De la segunda ancla deriva, en realidad la primera. Esta ancla es la que tiene que ver con querernos a nosotros mismos en el modo más sano del término y un buen ego es imprescindible para quererse. Sin pensar en nosotros mismos no hay posibilidad de trascender, porque se comienza por poner en orden las cosas dentro de nosotros para poder emanar una especie de soplo de orden a lo que nos rodea. Esta segunda ancla es fundamental, porque la vida sin ella no es posible. Al igual que el sentido de trascendencia, se necesita establecer metas a corto, mediano y largo plazo y nuestros “egocitos” deben estar activos y alertas para poder anclarse al sentido de realidad propio de la vida y poder disfrutar de la misma sin autodestruirnos. Ese anclaje tiene que ver con querernos a nosotros mismos y ocuparnos de nuestro bienestar sin hacerle daño a otras personas.

Anclajes y “desanclajes”

Es propio del vivir, incluso del buen vivir y de saber conducirnos por la vida, que con cierta frecuencia nos encontremos con callejones sin salidas o bifurcaciones en las cuales debemos tomar decisiones. No tomar decisiones también es una manera de decidir, pero en general, hay cierta necesidad propia de la voluntad que nos lleva a tener que decidir entre una o más opciones. En ese caso las decisiones no son tan libres como se preconizan y tal vez, escasamente; sino nunca, sean realmente decisiones libres. Nuestras creencias, juicios y prejuicios, así como nuestro sistema de valores van marcando las decisiones que vamos tomando, por lo que el muy frecuente acto de decidir, incluso en situaciones complejas, ya estaría preconfigurado. Todo esto es contrario a la idea de que tenemos un libre albedrío que nos guía. A mi juicio, es más poderoso el efecto de la presión de la manada, por lo que, a la hora de tomar las mejores decisiones, lo que nos protege son nuestros valores. Los valores son la brújula que guían nuestro camino, incluso en las situaciones más complejas.

“Egocitos”

Quererse a sí mismo lleva implícita la necesidad o premisa de que ni se debe apostar a conductas placenteras autodestructivas ni se debe hacer daño a otras personas. En esa cualidad, uno puede tener y manejar un ego que fluye de manera sana sin más conflictos que los que vayan surgiendo de forma casi imprescindible. Los “egocitos” son una apuesta por nosotros mismos y nuestras capacidades, por lo que el cultivo de nuestro yo forma parte del crecimiento personal sin el cual la vida no tendría un mínimo de equilibrio que nos permita experimentar las cosas y darle su justo valor a lo que vamos conociendo.

El pasado y sus trampas

Es muy fácil quedar atrapado en los baches del pasado. Sin esos contratiempos o marcadas infelicidades, no tendríamos la experiencia que vamos atesorando conforme va pasando el tiempo. Rememorar el pasado sólo sirve para que lo doloroso tienda a desaparecer o mitigarse, ya sea por la razón o los argumentos que usemos para seguir adelante. Seguir varado al pasado y lamerse constantemente las heridas es una manera de buscar el sufrimiento del cual debemos escapar con todas nuestras fuerzas. El doble anclaje, que es pensar en nosotros mismos y en nuestra capacidad de trascender, es el talismán que nos permite llevar una vida más sana o por lo menos con la menor pesadumbre posible. El arte de la felicidad, arte al fin, requiere el ejercicio de proponerse alcanzar aquello en lo cual soñamos. Al acoger en nuestro ser un sueño, tenemos el impulso para seguir adelante. Sin eso, estaremos perdidos.

 

Santiago, 14 de abril de 2024.

Publicado en varios medios de comunicación a partir del 14 de abril de 2024. 

domingo, 7 de abril de 2024

La búsqueda del sentido de la vida

 


Uno de los peligros relacionados con la búsqueda del sentido de la vida es perderse en el camino. En esa búsqueda, que es una mezcla entre descubrimientos propios y lo consensuado socialmente, no está ausente el aferrarse a fórmulas un tanto descabelladas que generan sosiego en las personas. Si una forma de conceptuar la existencia es generadora de paz, no debe ser criticada a menos que perjudique a otras personas. De ahí que quien le encuentra sentido a su vida debería lograr cierta estabilidad que le permita aliviar el potencial peso de la existencia.

El pensamiento religioso

Cualquier fórmula que intente dar sentido a la vida bajo el cobijo de ideas religiosas, es una conceptuación primitiva que se sustenta en varios postulados que, a pesar de no ser demostrables, son útiles para las personas. De ahí que por más esfuerzos que se intenten hacer, y por una razón primitiva, las religiones, en general, funcionan de la misma manera. La propuesta básica es que existe un ente o figura o fuerza superior que marca el destino de lo humano y que, bajo postulados morales, debe guiar el destino de cada sujeto. La idea de un pasado idealizado, un presente duro y un futuro que puede ser lo mejor que existe es una receta propia del pensamiento religioso. En definitiva, funciona más o menos de la misma manera, independientemente de la creencia que arropemos.

Pasado, presente y futuro

El pensamiento religioso se sustenta en que existió un pasado maravilloso; el presente puede llegar a ser un tormento y la paz se alcanza con la trascendencia en función del futuro. Esta visión o manera de conceptuar las cosas, de carácter primitivo y hasta rancio es una fórmula que propende a extenderse en la manera total de pensar de las personas. Desde la forma en que abordamos aquello en lo cual creemos hasta la propia conceptuación de lo científico, están marcados en su esencia por elementos propios del pensamiento religioso. De la misma manera funcionan las ideologías, al tener por ciertas algunas verdades a las cuales no se nos permite refutar. Si no es refutable una manera de conceptuar los asuntos, se trata de una fórmula religiosa de pensar, que, en definitiva, genera tranquilidad en los sujetos.

El pensamiento filosófico y la utilidad de este

El pensamiento de carácter filosófico, asumido como saber de los saberes, trata de entender los artilugios y atajos que el ser humano elabora para que su vida tenga algún sentido. En esta dirección, a efectos de dar consistencia a nuestras vidas, nos apegamos a las religiones, las costumbres de representación moral, las cosas a las cuales le damos el carácter de valor y conceptos como el patriotismo, por ejemplo, que originalmente puede ser la necesidad de defender nuestros propios espacios de existencia y de cómo luego, dependiendo de nuestras necesidades, le vamos dando una connotación valorativa y trascendencia que llegan a justificar desmanes y grandes tragedias. Así es y ha sido lo humano, determinado en su esencia por la necesidad de supervivencia colectiva que atañe elementos que van desde lo antropológico hasta lo cultural, incluso las modas.

El doble anclaje

Si lanzamos un par de anclas en relación con darle sentido a la vida, puede que la fórmula se resuma en dos aspectos. El primero es que la vida, para adquirir una dimensión con sentido, debe tener una postura de trascendencia en relación con el futuro. Lo que hacemos tiene consistencia porque creemos que vamos a trascender en función del futuro, sea porque tenemos descendencia (manera primitiva de trascender) o porque enarbolamos las banderas de las grandes causas humanas, como la lucha por el bienestar de los demás. En esta categoría y aterrizando en la contemporaneidad, el sentido de la vida, para muchos, está en proteger al medio ambiente, rescatar a los animales que sufren, luchar por la paz mundial, imponer un solo pensamiento en la tierra o abrazar un nacionalismo que nos lleve a independizar a nuestro país. Los fundamentos de trascender son un espectro de opciones que justifican lo que hacemos y permiten defender las causas en las que necesitamos creer.

El doble anclaje, trascendente y personal

El asunto del doble anclaje es que una causa que trascienda estaría muy vacía si dejamos por fuera nuestro propio proyecto personal de vida. En este sentido, el ancla de lo que hacemos en función de nosotros mismos tiene un carácter en el cual son necesarias las metas a corto, mediano y largo plazo, en donde el individuo es el centro y un ego sano debe predominar. La búsqueda del placer no autodestructivo y el goce por las pequeñas recompensas que vamos recibiendo cada día son la esencia de esa ancla personalísima que le da forma al núcleo de nuestro individualismo. Ese individualismo sano y basado en lo que más nos conviene sin perjudicar a otros, es la base que nos permite alcanzar logros, incluso el de abrazar la idea de trascendencia. En función del futuro y para sí mismo, así debe ser el par de anclas que lanzamos para dar estructura a nuestras vidas.

 


Santiago, 07 de abril de 2024.

Publicado en varios medios de comunicación a partir del 07 de abril de 2024.