domingo, 7 de julio de 2024

Incertidumbre como fin

 


La vida es movimiento lo cual no sólo es deseable, sino que forma parte de las cosas inevitables que determinan nuestra existencia. La vida enseña y da sus señales para quien se abre a la posibilidad de asumir cada día como una escuela de nociones (simples y complejas) que no se detiene. En la búsqueda propia de cada uno, aparece la necesidad de asumir algunos asuntos como ciertos para tranquilizarnos y armonizar nuestro mundo interior. Pero: ¿Qué pasa por la mente de quien asume que la relatividad es propia del camino y la incertidumbre es el fin último de nuestro paso por el mundo? ¿Se puede tener certeza vital en la medida que lo incierto es cuanto tiende a prevalecer?

Incertidumbre total

La idea de que lo incierto es el fin último de lo que hacemos y de que todo camino se puede elaborar con base en lo incierto, puede ser un desafío que genere desasosiego en algunos. En otros, la posibilidad de abrazar lo incierto es una forma de vivir intensamente y de llevar la existencia de buena manera. Si vivimos un día a la vez, con la templanza de quien siente que la vida invita a la aventura, cosechará lo incierto como fin último y lo asumirá como una instancia que paradójicamente genera certeza.

Incertidumbre cierta

Es una paradoja de esas que parece multiplicarse por mil. Así como hay quienes consiguen tranquilizar sus inquietudes con la idea de Dios, la ciencia, la política o el arte, de la misma manera quien asume que lo incierto es el fin último de cuanto creemos y hacemos, incorporará un concepto propio del estoicismo vital que se abre a la exploración y a la sensación de finitud como algo propio de lo humano. La necesidad de tener por ciertas algunas premisas es un acto humano muy comprensible, pero aparatosamente nos puede llevar a “creer en lo que sea” para sentirnos cómodos. Lo incierto, en la dimensión de quien busca el movimiento, también es una manera de generar comodidad, sólo que mucho más ambiciosa, como lo es cualquier idea que tenga que ver con el movimiento de las cosas.

Creatividades inciertas

Todo acto creativo es una apuesta a la incertidumbre. En la medida que se es original, se va transgrediendo lo que conocemos, por lo que cualquier actividad creativa, incluyendo pensar, lleva a la movilización emocional, lo cual a su vez conduce a resultados inciertos. Toda apuesta humana en el sentido creativo es una apuesta por tratar de hacer que no existan posiciones rígidas con respecto al fin último de las cosas porque el fin último, precisamente, es la incertidumbre que va generando cada apuesta de lo humano. Lo vemos en cualquiera de las disciplinas que se van cultivando. Incluso en aquellas maneras de asumir lo metodológico y tratar de esclarecer la verdad de las cosas. Precisamente el método (cualquier método) es un intento por no ser sobrepasado por el principio de incertidumbre vital.

Verdades inciertas y mentiras verdaderas

Se da en lo humano la posibilidad de ir generando verdades inciertas o medias verdades porque nuestra capacidad de entender las cosas llega hasta cierto límite. De ahí que muchos asuntos que pensamos que no tienen asidero en la realidad se constituyen finalmente como “mentiras verdaderas” o asuntos que se creían falsos y conforme pasa el tiempo nos damos cuenta de nuestro error. De ese relativismo total se pueden construir preceptos mucho más sólidos que aquellos que parten de posiciones dogmáticas y rígidas que no aceptan el mínimo cuestionamiento. La inteligencia, que es un reducto parecido a caminar por la cuerda floja, lleva al temerario acto de cuestionar lo que creemos cierto y generar incertidumbre. Se piensa en la medida que nos atrevemos a interpretar las cosas desde otros puntos de vista.  

El pasado, la memoria y las creencias

El pasado ya no existe. En primer lugar, por una cuestión temporal. En segundo lugar, y mucho más interesante, porque en relación con lo que hemos vivido, nuestros recuerdos se van alterando y lo que vamos aprendiendo no es “aprendizaje” como tal, sino falsas evocaciones, modificadas por nuestra imaginación o en el mejor de los casos, el pasado es una modificación perceptiva de la cual va quedando registro en nuestra memoria, la cual se va alterando conforme va pasando el tiempo. No nos recordamos de las cosas que pasaron, sino de la manera como creemos que pasaron las cosas. Esa doble forma de leer el pretérito hace que la certeza de lo que hemos vivido se encuentre más cercana a lo incierto que a la realidad. Las creencias, por su parte, son la reconstrucción de la forma como vamos asumiendo aquello que tenemos por cierto, basándonos en posibles falacias de origen. Todo este malabarismo de elementos hace que seamos seres individuales, inéditos y agentes de múltiples experimentaciones, todas falseadas por nuestra posibilidad de percibir y de modificar los recuerdos. El camino de la incertidumbre nos abre la puerta a sentirnos invitados a pensar en las múltiples opciones que podría tener la existencia. Eso ya es una invitación invaluable y por demás deseable.

 

Santiago, 07 de julio de 2024.

Publicado en varios medios de comunicación a partir del 07 de julio de 2024. 

domingo, 30 de junio de 2024

Las mejores influencias

 


Somos producto de todos los elementos que nos influencian para crear nuestro ser. De estas influencias parte la idea de identidad, que es lo que nos permite mostrarnos desde nuestras particularidades. Las influencias tienen dimensiones éticas, estéticas y propensas a trascender. Estas tres maneras de entender aquello que influye en nuestras vidas pueden explicar el origen y fin último de lo que hacemos como sujetos y como colectivos.

Aspectos buenos y malos

Lo bueno y lo malo, asumido como valor, alcanza un nivel ético. De ahí que, en un inicio, somos capaces de adjudicar un carácter deseable sobre aquello que tenemos en mente como bueno. Si cultivamos algo y especulamos que es bueno, entonces esta creencia va a definir los asuntos propios de lo que pensamos y hacemos. No hay diferencia entre un juicio que creemos bueno y un prejuicio. Sólo son maneras de categorizar aquello en lo cual creemos y es un intento de darle sustento a lo que hacemos. En la medida que vayamos definiendo las cosas por su carácter valorativo, iremos construyendo la realidad básica de la cual parten las demás.

Lo estético como norte

Hay un lado estético en toda manera de ver y entender los asuntos. Hay una estética del pensamiento y como consecuencia, existe una estética de la conducta. En todo esto apostamos sabiendo y sin darnos cuenta, porque es propio de lo real que tenga un carácter estético como también ocurre en las representaciones más abstractas que podamos crear. Hay una estética visual, perceptiva, de mostrarnos y por supuesto, de ocultarnos. La estética es una condición necesaria porque de ella parte la imagen de todo lo que hacemos, pensamos o creamos. Esa estética es una de las cualidades más humanas de cuanto hacemos, porque lejos de tratar de armonizar con lo circundante, lo estético también se manifiesta en claras rupturas con el entorno. De toda ética parte una estética.

El sentido de trascendencia

Todo lo humano, en particular si tiene arraigo ético y estético en cosas particulares, potencialmente puede trascender. La trascendencia de aquello que nos identifica es siempre un asunto que parte de un punto inicial y eso lo convierte en algo “local”. De esa tendencia al localismo parte la posibilidad de que algo que tengamos en mente se pueda universalizar. De hecho, cuando vemos las cosas más trascendentes de lo humano, parten precisamente de asuntos provincianos.

¿Por qué se universaliza lo particular?

Sólo se puede universalizar lo particular, local o provinciano, porque tiende a tocar la esencia de los asuntos que nos unen a todos los seres humanos. Es una paradoja perfecta, pero sólo se trasciende en la medida que se exalten los elementos que constituyen la dimensión ética y estética de lo que forma parte de nuestras vidas. Sin localismo, no puede haber trascendencia, porque la trascendencia es precisamente la universalización de lo particular. En la medida que esa paradoja pueda ocurrir, nuestra capacidad de comunicarnos aumenta.

Buenas influencias

Buenas y malas influencias tenemos todos. En cada proceso de germinación de las cosas particulares, existe un montón de elementos que van a influir para que algo se vuelva trascendente. Ocurre una influencia propia que generan los resultados de aquello que vamos experimentando. La influencia de nuestros pares es fundamental porque calcamos sabiendo y sin saber, muchas de las cosas que nos identifican. Existe la influencia de nuestro entorno, con todo el peso que se requiere para sobrellevar la socialización y sobre adaptarnos a las circunstancias. Hay influencias propias de la época, las cuales determinan que mucho de cuanto pensamos y hacemos sea más por presión que por convicción. Las influencias propias del tiempo en el cual se vive tienden a nublar la claridad de pensar.  Las influencias históricas, vengan del pasado o de lo que se ha generado en el presente, marcan nuestro rumbo. También están las influencias propias de nuestra imaginación, que en muchas ocasiones son tan determinantes que pareciera que vamos por la vida como si soñásemos despiertos.

Cada una de estas instancias nos modifica y va condicionando lo que vamos siendo. Estamos en un permanente proceso de transformación que puede llevarnos a los senderos más insospechados, porque es muy difícil saber en qué momento y por cuál circunstancia habremos de cambiar el rumbo de lo que vamos construyendo día a día.

Los seres humanos tenemos influencias que van, desde cosas puntuales como lo que tenemos como creencias y lo que nos imponen desde otros ámbitos como los caprichos temporales que constituyen la moda. Lo más pesado de todo este ejercicio, a mi entender, es que se trata siempre de la práctica de ensayos y errores repetidos hasta el infinito. Es asunto de ir probando y ver cómo resultan las cosas. Lo considero un gran peso, porque tener que dar vueltas y remediar nuestras experiencias fallidas pareciera ser algo esencialmente humano, por consiguiente, siempre va a ser de esta manera.


Santiago, 30 de junio de 2024.

Publicado en varios medios de comunicación a partir del 30 de junio de 2024. 




domingo, 23 de junio de 2024

El arte de no pensar

 


El vacío de realidad puede ser la peor sombra. Psicológicamente alguien es asertivo en la medida que expresa su opinión de manera firme y con seguridad, respetando las ideas de los demás. En la práctica se traduce en el arte de lidiar con las personas generando la menor tensión posible y es un acto que socialmente se valora y se tiene en alta consideración. La esencia de ser asertivo puede verse como un intento de conciliación con las posturas de los demás, pero en muchos casos está relacionado con la capacidad de ceder con respecto a las cosas en las cuales creemos con la finalidad de encajar en el grupo al cual pertenecemos. Una sociedad permite que seamos asertivos en la medida que cultive y respete un mínimo de valores. En esos casos es posible ceder para avanzar. Pero si la sociedad no se vale de la democracia para construir un proyecto, simplemente está condenada a ser errática y generar sufrimiento.

Es mucho más sencillo y ligero apegarse a lo que opinen o piensen otros. Esa actitud inicialmente genera menos tensión porque se acepta la posibilidad de acoplarnos a la dirección que señale la manada sin cuestionar. La persona que hace intentos por pensar y generar su propia idea de las cosas corre el peligro de parecer una amenaza. De ahí que pensar por cuenta propia tiene sus riesgos y más esfuerzos debe realizar quien se atreve a hacer del conocimiento público sus ideas. Es más sencillo dejar de pensar y que el piloto automático de la inercia tome el rumbo de nuestras vidas.

Pensar, que a fin de cuentas lleva a cuestionar, tiende a generar escozor, incluso en el mundo académico. Con cierta recurrencia aparece alguna figura que se hace notar por sus ensañamientos contra las disciplinas humanísticas o a las que invitan al pensamiento crítico como manera de entender el mundo. Es más fácil cuestionar el pensamiento que a los problemas que se generan desde las diferentes instancias en donde se decide el futuro de los demás.

En ocasiones, como bien señalaba el legendario Rector de Salamanca “callarse es una forma de mentir” y quien en un alarde de habilidad social calla ante una situación inaceptable, está siendo cómplice o acompañando a personas con las cuales no comparte puntos de vista desde la esencia de lo valorativo. De ahí que, en muchas ocasiones, quien no piensa o no dice lo que piensa para no meterse en problemas se está metiendo en un lío incluso mayor cuando esa conflictividad con la cual no se quiso enfrentar, le afecte directamente su vida personal. En democracia, afortunadamente el voto resuelve estas cosas y donde no existe o no vale el voto, las sociedades están condenadas a autodestruirse.

Una de las cosas más interesantes de lo contemporáneo y paradójicamente es un tema que por obvio parece insulso es el resurgimiento de las ideologías y su intento de posicionamiento sobre la realidad. Parecía un asunto ya superado por cuanto uno podría pensar que la humanidad aprende de acuerdo con las experiencias vividas, pero por lo que parece, más vale aquello que conocemos y no queremos controvertir. Incluso podemos terminar creyendo que es mejor dejar de pensar. Las “nuevas” matrices de ideas de la contemporaneidad se terminan convirtiendo en “nuevas ideologías” que a su vez terminan siendo tan falsas y fallidas como las de siempre.

De estas consideraciones parte esa especie de premiación a quien se amolda a lo que le dicta el entorno y no se atreve a cuestionar asuntos obvios para no meterse en problemas. A comienzos del siglo XXI se planteó la ilusión de perseguir un sueño en el país de donde vengo. Los creadores de ese intento de soñar trataron de que la realidad calzara con las ideas y pasó lo que siempre ha ocurrido en el curso de la civilización. El lugar de donde vengo se fue a un despeñadero de antología y la necesidad de no pensar no sólo se volvió lo predominante, sino que terminó por minimizar cualquier intento de ser asertivo. Un cuarto de siglo fallido se enfrenta a una nueva encrucijada y los resultados están por verse. Es la eterna historia repetida de tratar de calzar un ideario con lo real. Los sistemas democráticos abrazan la idea de que se puede disentir en cualquier circunstancia y la opinión no puede ser considerada un delito. Todo sistema que se aleje de la esencia de lo democrático está destinado a distorsionarse y volverse patibularia tarde o temprano contra el hombre de bien. La realidad malsana no puede revertirse por decreto y tratar de hacerlo es escandalosamente cruel.

En términos sociales, los sistemas democráticos son asumidos como modelos que respetan los valores de convivencia. Las formas de proceder más retorcidas aparecen cuando se implanta el vacío de realidad. Creo que el lugar de donde vengo cayó en ese acantilado y resolverlo ha sido y sigue siendo un imperativo categórico.

 

Santiago, 23 de junio de 2024.

Publicado en varios medios de comunicación a partir del 23 de junio de 2024. 




domingo, 16 de junio de 2024

Ansiedades, carácter y templanza

 


La ansiedad es la sal de la vida. Sería un auténtico despropósito pretender que podemos vivir sin las ansiedades que nos acompañan. Cuando están en su punto medio, nos permiten visualizar metas en función del tiempo y trazar los propósitos que harán que se vaya construyendo nuestro futuro. Sin una ansiedad justa y necesaria estaríamos permanentemente paralizados, sin brújula que nos oriente y organice. Por eso, lejos de verla como enemiga, es una aliada que debemos tratar de comprender y abrazar.

Malas ansiedades también las hay y nos pueden llevar por los dos despeñaderos clásicos que tienden a generar: 1. Paralizarnos ante lo que se nos presenta. 2. Exaltarnos a tal punto que dejamos de pensar claramente por el miedo. Cuando la ansiedad nos paraliza, no podemos organizar nuestras vidas, las ideas no fluyen o nos entrampamos con una especie de tormenta de ideas y sentimos que no podemos avanzar. Cuando la ansiedad nos exalta, el miedo se va apoderando de nosotros, no vemos las cosas con claridad o sencillamente no las vemos y lo cotidiano puede parecernos amenazante. De ese calibre es el asunto. Por eso, lejos de espantarnos, es posible entender que a veces, nos va a jugar una mala pasada y precisamente porque somos seres humanos, es que podemos tratar de hacer el viaje mínimo a nuestro mundo interior y tratar de deshilachar las cosas propias de lo ansioso.

El desarrollo del carácter y la templanza no son ajenos a las interrupciones que pueden hacernos nuestras propias debilidades. Precisamente lo meritorio de desarrollar carácter y temple es que nos sobreponemos a nuestros temores sin que estos nos abandonen.

Es prudente tomarse un tiempo para tratar de entender estas cuestiones y poder ponerlas en su lugar. Cuando enfrentamos un asunto que nos genera tiranteces, lejos de pensar que somos débiles porque nos tensionamos, el foco debe centrarse en ver lo fuertes que podemos ser. La fortaleza se comprueba cada vez que llegamos a una meta, por aparentemente pequeña que sea. En cuestión de logros, no hay ganancias pequeñas.

Cuando existe un propósito, la persona, en general, tiende a estar sobre exigida. Tanto por el entorno como por sí misma. La necesidad de cumplir con las metas mínimas para poder vivir hace que seamos hiper exigentes con las cosas que nos trazamos u otros nos trazan como metas. El arte va de la mano con tener la claridad de miras para entender que cada esfuerzo que hacemos es muy meritorio y somos los grandes héroes de nuestras historias cotidianas. En cada pequeño espacio en el que nos desarrollamos podemos ver que nuestro potencial es grande, pero con frecuencia ni siquiera lo vemos por estar ensimismados en nuestros propios temores, muchos de los cuales son infundados.

Hay un sentido de realidad mínimo que evita la locura y el tropiezo repetido. Cuando lo encontramos, la ansiedad tiende a minimizarse porque baja esa propensión de muchos a exigirse más allá de sus capacidades. Un buen baño de realismo diario es conveniente para quien aspira a tener una vida medianamente equilibrada. Por más que lo intentemos, no podemos vencer a una tormenta.

Por otro lado, y desafiando al sentido de realidad práctico, somos personas con aspiraciones vitales en la medida que soñamos. Los sueños nos elevan porque a través de ellos construimos realidades posibles o imposibles pero lo más importante de todo es que cuando soñamos nos trazamos una ruta de metas por conseguir. Empobreceríamos nuestra vida si le cerramos la puerta a los sueños. La tensión que generamos en nuestra esencia cuando nos movemos hacia adelante, es un triunfo personal que en ocasiones no vemos. El auto reconocimiento de lo que alcanzamos es un acto imprescindible para continuar avanzando. A falta de aplausos de los demás, merecemos aplaudirnos a nosotros mismo.

Entre ansiedades podemos sucumbir y la consecuencia es que nuestros sueños queden maltrechos. Un poco de sentido común, a través del cual seamos capaces de entender que nuestros propios límites son necesarios y que apostar en grande también es necesario. Hay que adecuar las cargas para que no nos vayamos de lado. El ajuste de los pesos es una manera de entender que existe el buen vivir.

Cuatro puntos cardinales limitan y a la vez expanden todas las posibilidades del ser. La puerta de entrada a la casa es la salida al mundo. El mundo, que tiende a invitar a la aventura, nos está esperando para que, con pasos cautelosos y paradójicamente atrevidos, lo podamos descubrir. El viaje humano es un tránsito a través de cosas a las cuales hay que adjudicarle sentido. Es una construcción de cada día que requiere tenacidad. Salidas y puestas de sol nos acompañan cada día si somos lo suficientemente avispados para tener los ojos abiertos. En general, ser consecuente permite que lleguemos a ese lugar que deseamos.


Santiago, 16 de junio de 2024.

Publicado en varios medios de comunicación a partir del 16 de junio de 2024. 



domingo, 9 de junio de 2024

La continuación de la historia

 


En la orilla de una playa del Atlántico se me acerca un vendedor de collares de cuenta y casi con vergüenza le señalo que no estoy interesado en comprarle. Con gran agilidad, me pone un collar contra el mal de ojo en el cuello, me coloca otro pequeño en la mano, y me regala un inmenso collar para mi esposa. Le explico que no tengo dinero para pagarle y asombrosamente me responde que lo sabe y que no debo cancelar nada. -Usted es un buen hombre-, me dice con un acento pronunciado, mostrando solo media docena de dientes a través de su sonrisa.  

- ¿Por qué me dice que soy un buen hombre? – le pregunto con curiosidad y sin vacilaciones.

Como si hubiese ensayado la respuesta, contesta:

-Porque es la única persona que no me ha despreciado.

“Seguramente nos volveremos a ver y podrá pagarme”, me dijo cuando le señalé que no sólo no tenía plata, sino que mi avión partía en horas. Salí de la isla con una agradable sensación de sorpresa. Un señor arrugado y notablemente avejentado nos había regalado unas prendas sin esperar a cambio nada material. Imagino que ese desconocido estará satisfecho con saber que no me olvido una deuda y menos de una buena acción. Ya habrá tiempo para devolverle su gesto.

En ocasiones, en mis viajes, pareciera que lo que ocurre fuese una puesta en escena de una obra de teatro que se va repitiendo una y otra vez, hasta el infinito. Lo que me asombra es que, haciendo una depuración de las experiencias vividas, la generosidad tiende a triunfar, lo cual no deja de parecerme raro.

“Tal vez, creo, me parece o puede ser.” Son términos que me agradan. Disminuyen la dureza de una frase y dan pie a la posibilidad de aceptar como premisa que lo que pensamos y decimos no sea categórico, sino que se trata de una verdad a medias o una fatua mentira. Incluso se crea una paradoja, porque si decimos Tal vez, creo, me parece o puede ser con convicción y honestidad, la frase adquiere una claridad y convencimiento que puede remontar lo real.

Escribir, lejos de parecerme algo que requiere un esfuerzo, se asemeja un poco con la acción del vendedor de collares, que no sabe si iban a ser de mi agrado, pero me los obsequia con una convicción total. Imagino que de eso se trata la relación que uno establece con las demás personas, incluyendo la que se genera con quien puede leer este texto…creo.

Del gesto o el detalle, incluso de lo mínimo, de un punto, es donde se logra construir. Se pueden generar entramados, laberintos y castillos que se suceden uno tras otro, como en los complejos residenciales populares. De lo inmediato y preciso es de donde parte lo trascendente y universal. Cuando se trata de construir una secuencia de palabras que den sentido a lo que pensamos, no deja de ser prudente el permitirle un espacio a lo aparentemente absurdo, a la ceguera de escuchas y sordera de miras. Los callejones sin salidas pueden preceder amaneceres.

La isla es tranquila y plácida. Precisamente eso nos recuerda que por acá pasan vientos y corrientes marinas pronunciadas. El equilibrio entre la pequeñez de la tierra en donde descansamos contrasta con la inmensidad del mar. Del Pacífico al Atlántico el cambio es tan desmedido que hasta se modifican los colores. Los mares, lejos de ser un gran conjunto, se convierten en una de muchas posibilidades. No existen los azules del Pacífico en estas aguas tranquilas. Aparecen tonos verdes que hacen de la gama de colores un asunto rudimentario. Hay colores que ni siquiera los puedo describir, porque creo que no los había visto antes. El viaje, bien sabido, es en realidad un recorrido que incluye hasta la distorsión de la percepción de los sentidos. Los absolutos se van diluyendo, haciendo que imaginación y realidad pierdan los límites y confluyan en un mismo lugar y a la vez en ninguna parte.

Una vez, en un pueblo inventado, de gente inventada, se le ocurrió a uno de sus habitantes escribir una historia sobre la gente que le rodeaba, que en realidad no existía. La cuestión no pudo ser más grave cuando todos a quienes nombraba en su obra, se dieron cuenta de que la persona que los había creado no era real. Por un asunto relacionado con derechos de autoría, los habitantes del pueblo inventado demandaron al autor que se dedicaba a escribir sobre ellos, quienes estaban conscientes de su propia inexistencia y de la inexistencia del autor. El caso fue muy sonado y comentado en las redes sociales hasta que el hombre que escribía puso fin a su vida, haciendo que tanto él, como quienes le rodeaban desaparecieran, dejando doblemente aclarado que ni él ni quienes le rodeaban habían existido. Se desconoce la razón por la cual la noticia sigue circulando en las redes, toda vez que esa realidad jamás existió. Un reconocido historiador parece estar detrás de todo esto.



Santiago, 09 de junio de 2024.

Publicado en varios medios de comunicación a partir del 09 de junio de 2024. 

sábado, 1 de junio de 2024

El “proyecto humano”

 


Con el auge de la llamada “inteligencia artificial”, que a mi juicio es una manera desafortunada de nombrar a este fenómeno, una de las cosas que se asoman como logro, es el desplazamiento del ser humano por la tecnología en el área laboral. Dicho de otra manera, con la finalidad de abaratar costos con el uso de personas y minimizar empleos, las máquinas van a sustituir al hombre. Esto, que en realidad es un anhelo que no es de ahora, y que venía avanzando en muchas áreas, tuvo un auge muy importante durante la pandemia. En América Latina se ha materializado en cosas tan tangibles como la sustitución de las personas en las cajas de los supermercados por el “autoservicio” y un montón de ejemplos que ilustran lo que planteo. Se vienen muchas cosas más, por supuesto.

Este fenómeno, que se constituye en una suerte de utopía en donde el ser humano no tiene cabida sino para que la tecnología lo maneje, tiene un riesgo incluso mayor que el de sustituir a las personas por máquinas en los trabajos (un ya viejo y conocido anhelo humano). Se trata de llevar lo interpersonal a un terreno en donde se minimice el contacto emocional entre las personas. Un mundo diseñado a la suerte de lo que se está pensando es un lugar ajeno a la sensibilidad propia de lo humano y a la afectuosidad que nos caracteriza.  

La evolución es una cualidad que permite que unas especies sobrevivan a su medio de acuerdo con su capacidad adaptativa. El ser humano, al contrario de otros seres vivos, hace un montón de años rompió con la naturaleza y desvió el curso de la especie a otro rumbo, distinto al de las demás que habitan la tierra. Esa ruptura con la naturaleza, que define y es la esencia de los actos de lo humano, ha terminado por aterrizar en la sociedad que hemos logrado desarrollar en el presente. El gregarismo llegó al extremo de construir la gran urbe y la ciudad se convierte en el centro de cuanto aspira y teme nuestra especie.

Muchas personas se han sentido decepcionadas porque casi a la par del fin de la pandemia, se ha expandido aún más lo tecnológico en nuestras vidas, deshumanizando los vínculos interpersonales, pero lo que podría ser peor ya está pasando: 1. Guerras en el mundo, ante las cuales el común denominador de las grandes mayorías es la indiferencia. 2. Surgimiento de fenómenos que habíamos creído superados como el de los liderazgos de manada, de tipo carismático que hacen que se desaten las grandes pasiones.

A mi parecer, el auge de estos liderazgos que generan emociones extremas en las personas es una consecuencia de la frialdad con la cual se intenta manejar nuestras sociedades y viene a satisfacer una necesidad propia de lo humano. Dicho de otra manera, el liderazgo que exalta las pasiones en la manada humana parte de una necesidad que se satisface con la existencia de estas personalidades. No es casual la presencia de estos liderazgos hiper emocionales en una civilización que apuesta por el alejamiento de las sensibilidades. Una cosa implica la otra, balanceando el sistema. Por otra parte, la expansión de lo tecnológico en las nuevas generaciones tiene como consecuencia la hiper exaltación de lo emocional a través de la tecnología, disociando al sujeto de lo real y propiciando que se deshumanice ante lo que le circunda.

Los siglos XIX y XX fueron épocas en las cuales las utopías se materializaron y el resultado fue aterrador. Con la puesta en práctica de las ideas, surgieron totalitarismos que dejaron su huella. El asunto humano tiene que ver conque en el siglo XXI nos quedamos sin ideas, ante lo cual se plantean dos opciones: Reciclar las ideas fallidas o generar nuevas necesidades, muchas de las cuales son “falsas necesidades” todo lo cual parte de la propensión humana de demandar creer y a aferrarse a asuntos que le generen certeza. Se busca creer en un constructo para darle sentido a la vida. Viéndolo de esta manera, es posible entender que no existe un “proyecto humano” y cuando se ha tratado de materializar alguno, han surgido formas muy primitivas de poder y sometimiento colectivo.

Lo tecnológico, además de ser una instancia de movilización exponencial de la información, lejos de llevar al ser humano a desarrollar mejores estilos de vida, lo hunde en la ignorancia de quien se ve ahogado en un montón de información que termina siendo tan superficial como inútil. Por eso, a pesar de las buenas intenciones y de los mejores deseos que se puedan tener, todo aquello que podemos pensar, tarde o temprano se va a materializar en algo tangible y práctico. La experiencia ha demostrado y sigue demostrando que una cosa son las ideas y las buenas intenciones y otra la realidad. Ideas y realidad suelen estar disociadas, lo cual lleva a una paradoja mayor en quienes relativizan la realidad. Si existen “varias realidades” o la realidad es relativa (puede ser lo mismo), se genera un distanciamiento todavía mayor entre las ideas que consideramos buenas y el pisar tierra. La dura realidad (llámese como la quieran llamar) se terminará saliendo con la suya. 

Santiago, 01 de junio de 2024.

Publicado en varios medios de comunicación a partir del 01 de junio de 2024. 

domingo, 26 de mayo de 2024

Análisis y objetividad

Francis Bacon publica el Novum organum en 1620 y señala que: “Hay cuatro clases de ídolos que asedian la mente del hombre. A éstos, por razón de claridad, les he asignado cuatro nombres: Ídolos de la Tribu, Ídolos de la Cueva, Ídolos del Mercado e Ídolos del Teatro.” En su tesis, el hombre que intenta comprender un fenómeno determinado está condicionado por estos “ídolos” que alteran la percepción y el análisis de lo que se desea estudiar. De esta tesis hace ya 403 años y se siguen incurriendo en los mismos errores que llevan a su vez a resultados fallidos una y otra vez.

El ejemplo de falta de objetividad en relación con los fenómenos que se desean estudiar tiene su más aparatosa expresión en las mal llamadas “ciencias sociales”. Dentro de las ciencias sociales, tal vez sea el análisis político (y la politología) el terreno que más elementos puede aportar con relación a la manera como se conducen los grandes conglomerados humanos. Sin embargo, como lo señaló Francis Bacon hace más de cuatrocientos años, el juicio queda alterado y a lo sumo, con dificultades, quienes intentan analizar estos fenómenos terminan tomando partido, lo cual lleva a que las cosas se dicotomicen y se terminen convirtiendo en negro o blanco. No tendría nada de especial en una persona que no se dedique al estudio de esas cosas, salvo porque el resultado queda minimizado a lo propagandístico y aquello que era potencialmente útil termina por ser panfletario.

He escrito sobre el pensamiento tarifado que, si lo vemos con frialdad, se ajusta a su fin y existen y seguirán existiendo intelectuales que hacen del tráfico de las ideas un asunto que le permite pagar sus gastos domésticos. De eso tenemos amplio reporte de carácter historiográfico y el pensador tarifado o “el intelectual tarifado” siempre ha cundido como la maleza. No hay nada de especial en eso. Lo que a mi juicio se vuelve lastimoso es que, por presión del grupo, como señaló Bacon o por necesidad de ser aceptado y aplaudido, se deja a un lado la posibilidad de desarrollar talentos potenciales que simplemente mueren en el intento de plantear cuestiones que bien podrían ser útiles para la mayoría de las personas. De ese intelectual tarifado, que hace uso de cualquier medio de comunicación para expresar las ideas, tenemos al escritor tarifado que sigue siendo una especie que no se extingue con el paso del tiempo y su capacidad de mimetizarse es infinita.

Por el contrario, la expresión objetiva y sosegada, se aprecia enormemente. Probablemente sea imposible hacer un análisis objetivo con relación a asuntos como el tema político. La razón está en que lo político, por tratarse de una dinámica que determina nuestras vidas y moviliza elementos como las creencias y expectativas, apunta directamente a aquello que le adjudicamos un carácter valorativo. En ese análisis expresamos nuestros propios valores y es obvio que la moderación es difícil de alcanzar.

Por otra parte, cuando se intenta hacer una construcción intelectual en el campo de las “ciencias sociales”, potencialmente podemos conectar con nuestro lado más oscuro y la envidia, el resentimiento, los odios solapados y los prejuicios de rigor harán su aparición. De manera casi refleja se movilizarán nuestros más atávicos y hasta rancios mecanismos de defensa y aquello que queremos dar por cierto lo termina siendo porque queremos que así sea y no porque así es.

Asuntos como la interpretación de la historia, el análisis de los personajes que hacen historia y el posicionamiento con relación a una situación violenta, como la guerra, estarán más que tergiversados por nuestros deseos. Algunos de los mismos serán expresados con sencillez porque esconden motivaciones inconfesables. La subjetividad y la necesidad de que las cosas se ajusten a nuestras creencias es algo frecuente que abre la puerta a la curiosidad de analizar a quien hace el respectivo análisis y descubrir cuáles son sus motivaciones personales que le inducen a tomar tal o cual posición en relación con las cosas propias de la vida cotidiana.

Otro tema interesantísimo es cuando nos damos cuenta de que se intenta ocultar un deseo en el contexto de una interpretación determinada. Eso es reflejo de la naturaleza de quien funge de “analista” que termina por desnudarlo y disminuir su capacidad de ser creíble. Ganarse la credibilidad de un conglomerado y ser congruente en el curso del tiempo con lo que se preconiza es de los asuntos más desafiantes del hombre de pensamiento genuino. Mucho más interesante cuando reconoce su error o simplemente acepta que no es capaz de entender un determinado fenómeno social.

La opinión de por sí no tiene nada de criticable. La ausencia de objetividad, en el contexto de un análisis metódico, es insulsa y no merece nuestra atención. El tiempo se encargará a fin de cuentas de poner cada cosa en su lugar, como por ejemplo que el pensamiento de Francis Bacon siga teniendo vigencia en nuestro tiempo.

 

Santiago, 26 de mayo de 2024.

Publicado en varios medios de comunicación a partir del 26 de mayo de 2024. 




martes, 21 de mayo de 2024

Imaginación, trascendencia y libertad

 


No es raro que la contemporaneidad sea mezquina con sus prohombres. No tiene nada de especial ni es infrecuente que se les cierren las puertas a personas de gran talento que por una u otra razón no fueron acogidos en buenos términos en el tiempo y el lugar donde les tocó vivir. De ese asunto está cundida la historia, lo cual nos lleva a creer que existe un montón de genios y creadores que sencillamente fueron borrados de la tradición cultural. Tal vez sean más aquellas personas que tenían mucho que aportar para la humanidad que los que han sobrevivido y su recuerdo perdura en el tiempo. La injusticia es la clave para entenderlo.

La certeza es cómoda y embrutece. La incertidumbre es el escenario de quien intenta pensar o crear. Uno de los elementos propios de cualquier tiempo es la evasión de la incertidumbre y el abrazo desenfrenado a la certeza. Se trata de un mal de carácter universal, tanto antes, como ahora y en el futuro: Los seres humanos propendemos a tener por ciertas un montón de sandeces para sentirnos tranquilos. La certeza tiende a marcar lo humano porque la incertidumbre es como la capacidad de pensar. Cuando se hace el honesto ejercicio de pensar tendemos a cuestionar esas banalidades que damos por ciertas. De hecho, la esencia del acto filosófico es cuestionar, así como lo es la imaginación, cualquier desafío que nos tracemos y por supuesto, la posibilidad de trascendencia.

Con la expansión de las redes sociales, tal vez cada día que pasa son más las certezas y tienen mayor presencia los “expertos express”. Una enorme avalancha de descerebrados da consejos sobre esto y aquello y se hacen de la bandera de una nueva manera de conocer y entender en forma espasmódica. Lo instantáneo desea hacerse del común denominador de nuestra era y como todo fenómeno momentáneo, desaparecerá con la fugacidad con que apareció. Son hermosas las estrellas fugaces, pero en ellas manda lo efímero.  

El cuestionar asuntos que propendemos a tener por ciertos suele generar rechazo, pero también admiración. En este punto una certeza va a tender a sustituir a otra en la medida de que se posea la capacidad de persuasión necesaria para que eso ocurra. Asumiéndolo de esta manera, lo que trasciende, lejos de ser importante o valioso, pasa por dos elementos (al menos) que podrían explicarlo. Lo primero es que lo que se considera valioso parte de un consenso y ese consenso puede generarlo una minoría. Dicho de otra manera, una minoría decide qué cosa trasciende y cuál cosa no. Por otra parte, los fenómenos que trascienden en el campo de la cultura necesitan ser persuasivos y generar convencimiento en los grandes grupos. De eso está hecha la publicidad, los medios de comunicación (anteriores y actuales) y el proselitismo cotidiano. La cosa se fundamenta en convencer y que esa capacidad de convicción, que es arte y se llama retórica, pueda fijarse en el imaginario colectivo.

Existen muchos ejemplos de falsedades que se han perpetuado en el curso del tiempo generando adeptos. Lo vemos, a manera de ilustrar lo que digo, en el mundo de las ideas, de la política e incluso en la ciencia. En ocasiones se parte de una premisa sin fundamento, de la cual deriva todo un entramado discursivo. De una premisa no demostrada ni demostrable, se desarrolla un universo que se puede tener por cierto y fomentar los más radicales fanatismos.

De esa forma van tejiéndose los constructos humanos y se aglutinan en esa masa informe que llamamos opinión pública que en realidad son expresiones masivas de ideas que provienen del consenso o la persuasión que hacen grupos minoritarios. Este asunto, que de por sí es enredado, nos lleva a otro y es la tendencia a creer que los juicios y prejuicios que vamos cultivando son “la gran verdad”. Por eso, siempre me ha parecido que el “libre albedrío” es una falacia más que tratamos de esgrimir para justificar las cosas que hacemos o podemos dejar de hacer. Tenemos demasiada información falsa en nuestra cabeza para poder ser capaces de tomar decisiones reales.

Una decisión real es aquella que tomamos por nosotros mismos. Como toda decisión se basa en nuestro sistema de creencias, lo que decidimos está totalmente condicionado. Ese condicionamiento niega, relativiza o imposibilita poder decidir las cosas con libertad. A lo sumo, podríamos negociar con relación a qué hacemos y qué podríamos llegar a ser, siempre bajo el manto de la tutela de los demás. Por eso, cada espacio infinitesimal de libertad puede llegar a ser tan valioso. En particular para ciertos espíritus que valoran la posibilidad de ser libres en algunas áreas y nos cuesta desaprovechar las mismas.

La falacia de que existe un libre albedrío colectivo es tema de innumerables debates, pero funciona como cualquier premisa falseada que se tiende a tener por cierta, parte del consenso de minorías y la publicidad se hace eco de esta. Imaginarios, falacias y trucos engañosos propenden a dirigir el curso de lo humano. Así ha sido y pareciera que va a seguir siendo.

 


 

Santiago, 19 de mayo de 2024.

Publicado en varios medios de comunicación a partir del 21 de mayo de 2024. 

domingo, 12 de mayo de 2024

ENFERMEDADES MENTALES NUEVAS ¿EXISTEN?

 


¿Existen enfermedades mentales nuevas?

 


La psiquiatría es una disciplina que no tiene muchos años. En su corta evolución, han sido muchos los desafíos y frecuentes los avances y los cambios. En su afán de ser rigurosa, es imposible que abarque en tan poco tiempo la totalidad de la mente humana, particularmente en su dimensión malsana. Ha sido una disciplina que ha ascendido de manera vertiginosa en lo que respecta al reconocimiento por las distintas especialidades médicas, obteniendo una expectativa y relevancia social que muy pocas profesiones han alcanzado en tan corto tiempo. De esa experiencia soy parte y a ella dedico mis horas.

Como toda disciplina, se ancla en otros conocimientos como la biología, la antropología, la sociología, la psicología, la filosofía, la cibernética, las neurociencias, la farmacología, la bioquímica y tantas, pero tantas disciplinas y oficios que la complejizan en su esencia. De esa complejidad abismal, surge precisamente una necesidad de orden y puntualidad que ha llevado a que la semiología y la nosología psiquiátrica vayan literalmente al grano, lo cual hace de la psiquiatría una mezcla perfecta entre arte y ciencia operativa y útil que la vuelven cada día más vigente y necesaria. Su relevancia se base en lo más duro del sufrimiento humano y la capacidad de revertirlo y superarlo. Por eso su elevada complejidad e infinita e insondable utilidad.

En lo personal, me hice médico cirujano y luego psiquiatra a edad muy temprana, lo cual me ha permitido acumular un montón de experiencias y vivencias en relación con lo humano, sus limitaciones y capacidades. Desde la cátedra de psicología de la Universidad de Los Andes, en Venezuela, a través de la docencia, traté de transmitir la relevancia de los estudios psicológicos y psicopatológicos en disciplinas humanísticas y científicas a la par de poder desplegar una carrera de investigador. El fruto de esto se materializó en dos asuntos que considero parte de lo que soy: 1.La posibilidad de difundir las ideas que he logrado generar o compilar, lo cual se traduce en haber desarrollado una línea de investigación que he plasmado en libros y artículos y 2.La posibilidad de haberme formado como filósofo en el contexto de lo que ha significado la academia, pudiendo titularme como magister y doctor en filosofía en la propia universidad en la cual dictaba simultáneamente clases e investigaba.

En esta larga carrera en la cual he abrasado disciplinas exigentes y cautivantes, he podido ayudar a muchas personas a llevar una vida mejor y me ha ayudado en lo personal a entender muchos aspectos de la esencia de lo humano, visto en función de pasado, pero particularmente en relación con el presente, a eso que llamamos contemporaneidad. Tal vez porque tengo el suficiente tiempo de vida y una experiencia en la alforja, no me asombran tanto los cacareados cambios de los que socialmente hacemos alarde en nuestras dinámicas sociales.

Hace un par de años el futuro de la civilización se debatía en hacerle frente a una pandemia que fue combatida con estrategias básicas como el aislamiento o confinamiento y la puesta en práctica de vacunas. Un par de soluciones que parecían de tiempos lejanos pero que se nos plantaron en la cara para sorpresa de todos.

Los mecanismos psicológicos con los cuales las personas hacemos frente a los problemas tienden a ser los mismos, porque no ha cambiado en absoluto nuestra biología, como tampoco ha cambiado en el fondo, el sistema que sustenta las interrelaciones humanas. Por eso no es de extrañar que los líderes autoritarios y casi cavernícolas sigan existiendo en el contexto de lo humano como tampoco tiene nada de especial que haya guerras en nuestros días. En su base, lo humano no ha cambiado y las respuestas a los problemas, lejos de modificarse en lo profundo, apenas dieron una innovación cosmética en donde las modas y lo banal pareciera que se volvieron los principales intereses de reivindicación colectiva.

Probablemente no pueda ser de otra manera, porque, aunque queramos cambiar y superficialmente lo hagamos, en el fondo no podemos porque “somos lo que somos y no lo que quisiéramos ser”. Somos los mismos seres humanos de hace un montón de años (ni siquiera sabemos cuántos), cuya naturaleza sigue igual y sólo hemos tenido aspiraciones sociales, muchas de las cuales son aparentes y sólo han ocurrido en algunas partes de la civilización.

Tratando de ayudar a las personas, es propio de cualquier disciplina hacerse más autoexigente con respecto a las metas que desea conquistar. En esa exploración, creo que se ha sobredimensionado algunos aspectos propios de lo enfermizo y lejos de ser una disciplina que tienda a compilar asuntos, la psiquiatría (al menos algunas de sus miradas) tratan de expandirse en relación con el conocimiento de lo psicopatológico. Yo sólo me hago la pregunta: ¿Acaso existen enfermedades mentales nuevas? … y no puedo dejar de contestarme a mi mismo que son las mismas de siempre, sólo que, como cualquier otra dimensión patológica compleja, las enfermedades se van mimetizando conforme va pasando el tiempo y cambian los aspectos propios del ambiente donde se desarrollan las mismas. En esas cosas ando pensando estos días.   


Santiago, 12 de mayo de 2024.

Publicado en varios medios de comunicación a partir del 12 de mayo de 2024. 

domingo, 5 de mayo de 2024

Paul Auster y La trilogía de Nueva York

 

Los días 20, 21 y 22 de junio del año pasado los pasé en Mendoza, Argentina, leyendo La trilogía de Nueva York, de Paul Auster. Desde ese viaje he pensado muchas cosas. Unas, como consecuencia de haber tenido que resolver asuntos que no quería precipitar y, por otro lado, la huella que deja en el lector este escritor tan curioso y a la vez extraño para nuestro tiempo. Tal vez la vida me ha puesto de manera repetida y caprichosa en situaciones en las cuales debo tomar decisiones cuyas consecuencias van a impactar en mi vida y en la de otras personas. Cada vez que nos vemos en la posición de tener que decidir, siento que vuelve a hacer muy claro el poco margen de libertad que en realidad tenemos e inevitablemente pienso en lo falaz que resulta eso del “libre albedrío”. En general, lo que decidimos es casi porque no tenemos otras opciones. En ese viaje me acompañaba la nostalgia, la desesperación, el excepcional Malbec sureño, La trilogía de Nueva York y un perro inapetente que prefería jugar a comer un bistec. Pasé frío esos días en Mendoza y estuve leyendo y escribiendo en una buhardilla durante un par de semanas. De esa quincena, dediqué a leer el libro de Paul Auster durante tres días y me dejó un sabor que me hizo cavilar hasta lo profundo de mi capacidad de hacer introspección y aislarme dentro de mí mismo. Ciudad de cristal, Fantasmas y La habitación cerrada son una trilogía de textos que componen la obra más relevante del escritor estadounidense. Los solicité como préstamo en la biblioteca donde suelo buscar libros y me acompañaron en este viaje.

Pudo ser casual la decisión de leer La trilogía de Nueva York en ese itinerario, pero también pudo ser la consecuencia de necesitar mitigar una necesidad. Como expresé, me encontraba un tanto desconcertado porque en mi toma de decisiones, por esas fechas, cuando no había sido dubitativo, había errado y eso no es algo que suela acompañarme. Diré que el libro cayó en mis manos en un mal momento y no pude evitar sucumbir a la fascinación de encontrarme nuevamente con el arte, sus extraños laberintos y lo reconfortante que puede llegar a ser en nuestras vidas.

Mi relación con Paul Auster no había cuajado de manera fácil porque le entré a través de obras menores, sin relevancia, o por lo menos no tenían una especial significancia hasta que leí Ciudad de cristal, Fantasmas y La habitación cerrada e inevitablemente comprendí al montón de lectores que lo han admirado a lo largo de su trayectoria literaria que la inevitable muerte puso puntos suspensivos esta semana que transcurrió. Paul Auster es un gran escritor y nos deja un legado valioso para quienes creemos en el poder de la palabra escrita y sus díscolas posibilidades. En La trilogía de Nueva York hay una exaltación al individuo y al individualismo que se vuelven un asunto apologético. En mis días de desesperación en esa Mendoza fría del año pasado, la compañía de ese libro fue absolutamente inigualable, al punto de que me hace pensar en los caminos que me condujeron a buscar ese texto y leerlo en el momento en que más lo necesitaba. Porque de eso se trata el arte, a fin de cuentas, de invitarnos a explorar la posibilidad de encontrarnos un poco más acompañados o darnos cuenta de nuestra propia soledad, ambos asuntos indisolubles y permanentemente presentes en nuestro devenir cotidiano.

Paul Auster escribe sobre el ser, el individuo, sus extrañas formas de Inter vincularse, pero, sobre todo, de la manera de conducirnos por estos parajes que en ocasiones parecieran sólo calles sin salida y peor aún, sin respuestas. En el arte de hacer preguntas solemos ser implacables. Auster intenta hallar respuestas formulando más interrogantes para arribar a puertos que satisfacen y a la vez desconciertan porque los vemos cercanos, los reconocemos y los hacemos propios.

Es raro, pero debo admitir que en el contexto de las tensiones por las cuales pasé en esas fechas, la compañía de la obra literaria de Auster fue de las mejores cosas que me ocurrieron el año pasado. Un año, que en general, no me place recordar salvo por la excepción de los aprendizajes de ese viaje a Mendoza. Suelo ser un hombre de buen tono, que valora la amistad y puedo decir que tengo hermanos de vida que me han dado lo mejor de cada uno. Yo también he tratado de dar lo mejor de mí. Hace algún tiempo, ya lejano para mi gusto, una persona que llamaremos X me invitó a cenar. X estaba ávido de saber cómo hacía para manejar algunos asuntos propios de mi persona y la manera de vincularme con la gente. Creo que dije unas palabras que le fueron útiles y satisfice su búsqueda. De igual manera me ha sido útil recordar a X cuando repetía que Paul Auster es el mejor escritor que ha existido. Sí, de eso ya hace algún tiempo; lejano, claro que lejano, para mi gusto. 

 

 

Santiago, 05 de mayo de 2024.

Publicado en varios medios de comunicación a partir del 05 de mayo de 2024.