Se prolongó el invierno más de lo usual
y a mediados de noviembre apareció la primavera, con sus verdores deslumbrantes
y su sol matutino que puede llegar a hacerse inclemente al pie de La
Cordillera. El momento me pareció de lo más propicio para familiarizarme con la
obra de la poetisa y ganadora del Premio Nobel de literatura Gabriela Mistral,
seudónimo con el cual escribía Lucía Godoy Alcayaga. Leí sus obras Desolación, Ternura, Tala y
estoy leyendo Lagar por estos días. Ahora ya entiendo de qué
va su obra, por qué gana el Premio Nobel de Literatura en 1945, pero por encima
de todo, la interesantísima propuesta que ella representa, que sin duda alguna
sigue presente en nuestros días.
De poemas perfectibles y perfeccionados
Cuenta su leyenda que llegó a
reescribir sus poemas en tantas ocasiones que probablemente lo que conozcamos
en la actualidad sea la depuración de su obra tantas veces como un par de
centenar de intentos por hacer de sus creaciones perfectibles una y más veces,
en una tentativa de encontrar la pureza del texto, intentando llevarlo a una
dimensión que aspiraba la perfección. En ella se conjugan elementos como la
muerte, la soledad, los asuntos propios del hombre común, pero sobre todo la
naturaleza con sus orígenes personalísimos, como El Valle de Elqui y la
presencia permanente de una espiritualidad o religiosidad (es lo mismo) que
marca su legado. En Gabriela Mistral hay una exaltación de la naturaleza,
especialmente de aquella que forma parte de su cordillera y la cual la acompaña
como un recuerdo infantil que la transforma en ocasiones en una poetiza pueril,
en donde “el niño” predomina, no por inmadurez, sino como marca indeleble de
los primeros y mejores días de su existencia.
La naturaleza vive
Si caminamos por los senderos chilenos,
seremos testigos de una manera de concebir el medio que va desde el asombro que
genera la belleza natural del país con lo inhóspito que se vuelve en muchas de
sus facetas. Chile es tierra inhóspita en el sentido de que lo terrenal somete
al hombre a pruebas bravas en las cuales desafía a la naturaleza, a la bella
naturaleza, para poder sobrevivir. El océano pacífico y la Cordillera de Los
Andes son las dos caras de un mundo que hacen que todo sea dicotómico, bello y
brutal. Desde el infernal y hermoso desierto de Atacama, hasta la infernal y
hermosa Patagonia, el país posee dos polos que, salvo una pausa primaveral y un
espasmo veraniego, se debate entre dos antípodas que hacen que las personas, la
gente, los ciudadanos, se mimeticen con cuanto los rodea y tengan que generar
sus propios recursos para enfrentar lo invencible. Gabriela Mistral trata con
generosidad las bondades de la naturaleza y cautiva a la estirada Europa del
tiempo en que desarrolla su obra.
El campo y la ciudad
Hay en todas partes un clásico y
recurrente enfrentamiento banal y fútil que es el que se presenta entre el
campo y la ciudad (no es menos trascendente por ser banal y fútil). Gabriela
Mistral lo muestra en su obra y es precisamente por mantenerse al margen de las
vanguardias y ceñirse al cultivo de una poética que va de la mano con los
asuntos de la naturaleza, que se encontró con críticos que se ensañaron con su
obra. Muestra desdén por lo citadino y por la manera como la persona de la urbe
se planta ante la cultura y el conocimiento. En realidad, es una posición
comprensible, pero no compartida. Mi origen campesino y el hecho de haber
vivido en muchos lugares, medianos poblados y diminutos pueblos, metrópolis
caóticas y generosas ciudades, me permite ver el asunto como sumatorio y no
excluyente. Se puede uno mimetizar en cualquier parte, porque la brújula
unívoca que debería guiarnos es el mundo interior de cada uno y los afectos que
vamos cultivando.
Profetas en su propia tierra
Ni hubiese podido desarrollar la obra
que produjo ni hubiese sido mayormente conocida Gabriela Mistral si no es por
su relación con México y lo aprendido en esos lugares tan alejados de su Chile
natal. Precisamente el contacto con la cultura mexicana va modificando y a la
vez universalizando su obra, que deja de ser estrictamente chilena para
transformarse en un emblema del arte latinoamericano y los intentos
intelectuales por comprender la realidad de lo que se va gestando en esta parte
del mundo. Probablemente siga siendo el continente de la esperanza o el más
esperanzado, que originariamente vendría a ser lo mismo. Transita Gabriela
Mistral por ese deseo de entender lo que ha ocurrido en América Latina y México
le da ese carácter en el cual puede vislumbrar el asunto con una dimensión más
amplia y profunda. Sin ese asomo, que es en realidad el gran salto
mental de cualquier persona, no hubiese trascendido su obra. Definitivamente
puede ser pobre el hombre que se acoraza y retrae en un ámbito mínimo que
representa el lugar donde vive. Es posible que mientras más experiencia vital
tenga un artista, más amplias sean las posibilidades de escribir una obra con
mayores aspiraciones. Mayores de las que enseñan los libros. Mejor porque lejos
de castrar al cuerpo y al intelecto humano, el gran viaje y exploración
personal del mundo da alas para volar. Literalmente.
Santiago, Chile, 19 de noviembre de
2023.
Publicado en varios medios de
comunicación a partir del domingo 19 de noviembre de 2023.